Mañana 25 de marzo 2011 culminamos las labores principales de la nueva clínica para enfermos terminales de sida, cáncer y otras enfermedades, insolventes, pobres de la calle, y de los barrios terminales de Asunción y de todo el país.
Esta nueva iniciativa de la Misericordia divina sustituirá la “vieja” clínica “Divina Providencia San Ricardo Pampuri” ya pequeña para acoger a los numerosos enfermos que llenan nuestras listas de espera. Además faltando unos servicios necesarios para el cuidado adecuado de los que se preparan para alcanzar el paraíso tuvimos la necesidad de levantar una nueva estructura, más grande y más correspondiente con las necesidades de estos hermanos en la fase terminal de su vida. Los lugares actuales de la clínica pasarán al servicio de los ancianos abandonados, de los mendigos y de cuantos viviendo en la calle no tienen alojamiento.
¿Por qué hemos elegido la fecha del 25 de marzo? Por dos motivos. El primero porque es la fiesta de la Encarnación, el día en el cual la Iglesia recuerda lo que en la oración del Ángelus repetimos cada día: “el Verbo se hizo carne y habita entre nosotros”, es decir lo que el corazón humano busca con toda su energía como sus deseos de belleza y de felicidad, de amor, de verdad, se hizo carne. La belleza se hizo carne, la felicidad se hizo carne, el amor se hizo carne, la verdad se hizo carne, y cada uno, si quiere, puede reconocerlo porque estos anhelos coinciden con la libertad humana que desea el Infinito. El cristianismo coincide con un Hombre que ha dicho de si: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Reconocerlo es la posibilidad para cada uno de la felicidad, del sentido de la vida.
El cristiano es el hombre que viviendo la experiencia de Cristo anuncia con la vida y la palabra la posibilidad de todos los hombres puedan encontrarlo, para encontrar el propio destino. Es la misma experiencia que hicieron Juan y Andrés aquel día en la orilla del Jordán, cuando después de haber escuchado a Juan el Bautista afirmar: “este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, dejaron al viejo maestro para seguir a aquel Hombre que se revelará a sus ojos como el Mesías, convirtiéndose desde aquel momento en la única razón de su vida.
La segunda razón es porque esta fecha es para mi importantísima, ya que coincide con el encuentro con Monseñor Luigi Giussani, el fundador del movimiento de Comunión y Liberación, que hace 22 años, en el que ha sido el momento mas dramático de mi vida, más doloroso, en el cual buscaba desesperadamente un hombre que me devolviera el sentido de la vida y el gusto para seguir luchando. En el panorama de aquellos años, muy dolorosos para los jóvenes y en particular para los jóvenes sacerdotes, el único que me transmitía una percepción de la posibilidad de retomar en mano mi vida, fue ese sacerdote milanés.
Me acerqué a él llorando como un niño, destrozado psíquicamente, pidiéndole socorro y él me abrazó como un padre abraza a sus hijos. No me hizo un proceso, no me preguntó nada, simplemente me abrazó diciendo: “¡qué bello, que bello lo que estás viviendo, ahora finalmente te volverás un hombre!”. Yo no podía creer que hubiera podido abrazarme de esa forma y decirme esas palabras proféticas, porque hasta aquel momento había escuchado sólo reproches o reclamos jurídicos. No sólo esto, sino que antes de despedirme, mirando mi situación desesperada, me dijo: “¡como sería lindo que alguien te hiciera compañía en tu dolor!” yo le contesté: “pero, Giussani, ¿quién entre sacerdotes y laicos estaría dispuesto a compartir la vida con un hombre reducido a una especie de zombi?”. Y él me contestó: “bueno, este verano te llevaré conmigo”.
Pero lo que más me conmovió fue cuando al despedirme quiso que yo le diera la bendición diciéndome: “te voy a enviar como misionero a Paraguay”. Maravillado y asustado reaccioné diciendo: “¿pero cómo, nadie me dio confianza hasta ahora, quieren internarme en un sanatorio y vos confías en mí hasta proponerme ir al Paraguay en misión sacerdotal?” Pasaron los meses, y el 7 de septiembre de 1989, me acompañó al aeropuerto de Milán, embarcándome rumbo a Asunción, donde llegué al día siguiente, fiesta de la Natividad de la Virgen María, acompañado por el querido amigo padre Alberto.
La clínica nueva, que será dedicada a Mons. Luigi Giussani, fallecido hace 6 años, es el fruto del milagro de este hombre que, abrazándome, cambió mi vida, regalándome una nueva conciencia de que yo soy relación con el Misterio, llamado a ser testigo del infinito amor de Dios hacia las personas que sufren cualquier tipo de enfermedad. El hecho que la fachada de la clínica nueva tenga una forma arquitectónica levemente semicircular, indica y recuerda aquel abrazo de Giussani a mi persona, un abrazo que siento como una fuerte exigencia hacia todos los que sufren. Hasta ahora hemos acompañado a morir casi 1000 personas, abandonadas y todas han muerto con la sonrisa en los labios, gracias a la Misericordia divina que se inspiró en aquel abrazo misericordioso de Giussani que fue para mí la vivencia de lo que recordamos en la fiesta litúrgica de hoy: “El Verbo se ha hecho carne y habita entre nosotros”.
Con esta nueva realidad queremos que los más pobres y abandonados por todos, los que sufren en el cuerpo y en el alma, puedan disfrutar hasta el último minuto de la belleza de la vida, belleza que ni el cáncer ni el Sida pueden estorbar cuando Cristo domina la vida. Muchos se preguntan: “¿de dónde viene la plata, siendo gratis la asistencia a los pacientes?” La respuesta es muy sencilla: de la Divina Providencia que se ocupa de sus hijos más necesitados mediante la generosidad de miles de personas que, como los niños, donan el fruto de su sacrificio o de su trabajo. El problema principal no es la plata sino la certeza que la vida tiene valor si es vivida para Cristo y por consiguiente entregada a los que más lo necesitan.
Confiamos que los muchos amigos que nos acompañan sigan ayudándonos con la certeza que ayudan a Cristo. Agradecemos a cuántos nos acompañan en esta aventura, que permite al hombre reconocer la ternura y la belleza de Cristo aquí y ahora. Necesitamos de muchas cosas para habilitarla definitivamente y por eso pedimos socorro a cuántos aman a Cristo y a nuestro pueblo más pobre. Amar a Cristo es la condición para amar al Paraguay, en particular aquel Paraguay olvidado por todos y que no tiene acceso al derecho fundamental de la salud y de la asistencia para morir como hijos de Dios.
P. Aldo