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sábado, 30 de octubre de 2010

“La Muerte...

… Vendrá y tendrá tus ojos, señor Magistrado, que te prostituyes al dinero y al poder con la ilusión de poder comprar la felicidad; “…vendrá y tendrá tus ojos, señor abogado, inescrupuloso y hambriento de plata que estafas al huérfano y a la viuda y que pretendes de quien necesita lo que vos no sembraste o que usaste el lenguaje venal de la hipocresía para llenar tu bolsillo y  quizás  usando también el nombre de Cristo y apelando a la justicia.
… vendrá y tendrá tus ojos, señor Capo del gobierno, señores Ministros, parlamentarios, intendentes, concejales, que en lugar de buscar el bien común de la gente humilde, creando leyes que nazcan de la voz de la realidad y de las verdaderas necesidades del pueblo, os aprovecháis para imponer vuestras ideologías, favoreciendo sus propios intereses personales o de los poderosos o que vendéis la cultura y la tradición de nuestro pueblo que aún está anclado a la concepción del hombre, varón y mujer, al derecho exclusivo e intransferible de los padres sobre la educación de los hijos y que cree en la familia monogámica y heterosexual, sustituyéndola con propuestas legislativas inhumanas, irracionales o “educativas” que de hecho deforman, pervierten el orden antropológico y cósmico establecido por el Creador.
… vendrá y tendrá tus ojos, señor latifundista que te preocupas como el estanciero del evangelio quien habiendo incrementado al ciento por ciento su ganancia se dice a sí mismo: “Túmbate alma mía, dedícate a la farra, a las mujeres, a cualquier forma de diversión, porque ya no te falta nada”; “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, señor campesino sin tierra o habitante del bañado y de La Chacarita, que en lugar de dejarte educar prefieres quedarte en aquella deplorable ignorancia, razón por la cual seguís mendigando y aprovechándote de los demás, determinado por tu haraganería.
… vendrá y tendrá tus ojos, Monseñor, Reverendo, que aprovechándose de “tu estado”, de “tu ministerio”, buscaste la carrera, el poder, los intereses personales en lugar de ser un apasionado administrador de los divinos misterios, olvidando cuanto la milenaria Tradición de la Iglesia canta en el momento que un cardenal es elegido Papa: “Sic transit gloria mundi” (así pasa la gloria del mundo). “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, querido cura que abandonaste tu vocación por la política o el poder, convencido que lo que no pudo Cristo está a tu alcance.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” afirmaba el poeta Cesare Pavese. ¡Qué realismo, qué sabiduría en este momento (2 de noviembre) en el cual la Iglesia propone la conmemoración de todos los difuntos, poder mirar a la cara a la muerte sin miedo, sino con sinceridad, en un mundo que vive con la ilusión de acabar con este límite!
Y en fin - quizás pronto, dada la edad - llegará también mi muerte y todo lo que he hecho se acabará y si en lugar de buscar la gloria de Dios he buscado la mía, que el Señor tenga piedad de mi. 
Memento mori (”Recuerda que morirás”) era el modo con el cual se deseaban el buen día los cartujos, los monjes encerrados en los monasterios de clausura, viviendo totalmente por el Señor, a lo largo de los siglos. Y con la conciencia de esta verdad indiscutible, crearon la civilización de la Europa Medieval y de las Reducciones Jesuíticas porque no hay nada como la familiaridad con la muerte que despierta el dinamismo de la razón transformándola en operatividad, en trabajo.
La muerte remite a la eternidad, y como afirmaba  el gran arquitecto Gaudí: “el hombre trabaja sólo cuando su perspectiva es la eternidad”. La misma filosofía ha nacido como tentativa de la razón de resolver el problema de la muerte, con todos los interrogantes que suscita esta verdad que ni siquiera los peores ateos pueden negar. A lo largo de la historia humana este ha sido el enigma más cruel, más difícil de resolver y ningún ser humano, ni siquiera la genialidad de la filosofía griega, alcanzó una respuesta clara, definitiva, que sólo dará el Misterio a través de la Encarnación de su Hijo .
Los mitos, la imaginación, las diferentes tentativas de respuesta a es te drama, que ésta realidad suscitó también en los genios de la antigüedad han sido un interesante punto de llegada de la razón humana, en cuanto que todos reconocen la existencia de un más allá al cual todos estamos destinados. Todos han afirmado que el ser humano no puede acabarse en la nada, todos han reconocido que el corazón, la inteligencia humana tienen como objeto  el Infinito, sin el cual sería absurda la misma existencia y el suicidio sería el gesto más lógico del mundo.
Pero no sólo los genios del pasado sino la misma filosofía y literatura contemporánea han subrayado en modo diferente la necesidad de explicar el sentido de la vida, de la cual la muerte es un paso necesario, para encontrar aquel Misterio que la estructura misma del Yo reconoce como la consistencia, la razón de sí.
Escribe Montale, Nobel de literatura: “bajo el infinito azul del cielo un pájaro volando va sin nunca parar, porque todas las imágenes llevan escrito: más allá”. Y el pota Ungeretti afirma: “Encerrado entre cosas que mueren (hasta el cielo lleno de estrellas se acabará) ¿por qué desea a Dios?”. Solamente los necios, dice el Salmo, no reconocen esta verdad, este grito del hombre. Sin embargo, la cultura nihilista de hoy, fruto del racionalismo, es decir del hombre que - como nuevo Prometeo quiere desafiar a Dios, sustituyéndoLe como dueño del mundo -  está dominado por esta necedad que cada día logra anestesiar la razón y el corazón de todos.
El hombre, embriagado por su orgullo, por su sed de poder  puede censurar la muerte, pero llegará siempre el momento en el cual se encontrará cara a cara con el y el encuentro será dramático. Ya el dolor es preludio de este encuentro. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Y aquel momento se revelará como la última posibilidad para recapacitar y reconocer la Presencia del Misterio y por consiguiente el sentido de la vida en su dimensión eterna. De lo contrario, se precipitará en el abismo de la nada que hoy tiene la cara de la eutanasia o del suicidio.
El mundo, el hombre de hoy en su orgullo no quiere ni siquiera pensar en esta verdad, acogida por San Francisco como “nuestra hermana muerte corporal”, y por eso vive anulado, homologado en su personalidad. Miremos a cuantos caminan a nuestro lado o a nosotros mismos: ¿no parecemos unos zombis que caminan, a un concierto de títeres manejados por el poder dominante? Lo que es peor es que la Iglesia misma se ha olvidado de hablar de la muerte y de los novísimos “muerte, juicio, infierno, paraíso”. La Iglesia misma ha olvidado como conciencia de sí lo que cada domingo reza en el último artículo del “Credo” y que es el más importante, porque si Dios existiera pero no existiera la resurrección ¿qué me interesaría de su existencia?
Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén”, rezamos cada domingo, sin embargo ¿qué clase de sentimiento, qué conciencia despierta en nosotros ésta  afirmación? ¿Cómo incide en la vida cotidiana, despertando el uso de la razón o todo se queda en el tranquilo-pa? Cuando era pequeño, el pensamiento de la muerte era familiar. Mis padres y la Iglesia cada día nos recordaba en los novísimos, las últimas verdades de la vida y de esta educación nació la libertad y el respeto por  los difuntos.
Cuántas veces fui testigo de que mientras en un cuarto nacía un bebe en otro  moría el abuelo o un miembro de la familia. Y así, al mismo mientras que se festejaba (fiesta no tiene nada que ver con farra) el nacimiento del bebe, se lloraba la muerte del ser querido. Las sonrisas por un nacimiento se mezclaban con las lágrimas del dolor por la persona querida que había alcanzado el cielo. No sólo esto, sino que el respeto por la majestuosidad de la muerte determinaba el clima de todo el pueblo. Cuando - éramos todos campesinos y trabajábamos en la chacra - escuchábamos el toque de las campanas, muy diferente al de las fiestas, enseguida estábamos al tanto de la muerte de un compueblano y todos nos poníamos a rezar “Dale Señor el descanso eterno”.
El día del funeral todo el pueblo a pie, en la cabeza la cruz, los monaguillos y el cura, después de la misa solemne de cuerpo presente, acompañaba llevando el ataúd en los hombros hasta el cementerio donde el cura daba la despedida con la última bendición. La muerte era amiga, no causaba trauma, no era un problema para los niños como ahora una moderna psicología ideológica suele afirmar.
La gracia más grande que Dios me ha dado, además de esta educación, ha sido la clínica para enfermos terminales “Casa Divina Providencia San Riccardo Pampuri” que pocos visitan, o mejor, huyen por cobardía  pero llegará su turno  y sin embargo, para mí es el origen de mi alegría, de mi dinamismo, porque asistiendo a los que mueren veo la Presencia dulce y amorosa del Cristo resucitado.
La cosa más bella de la muerte, que es la cara bella de un chico o una chica que muere o la arrugada y no menos bella de un anciano, me permite no mentirme a mí mismo viviendo anestesiado y sentir viva la Presencia del Paraíso. 
Memento mori” nos saludábamos al despertarnos cuando, joven novicio de 18 años, encontrábamos los compañeros en el corredor que llevaba a la capilla. No había nada más lindo para comenzar el día, para que  ya desde la madrugada la razón pudiera despertarse a la  positividad de la realidad como signo del Misterio y como ventana al Infinito.
Amigos, es inútil que intentemos escapar de la muerte porque ella camina contigo. ¿Recuerdan la famosa película de Bergman “El séptimo sello”, donde el protagonista alcanzado por la muerte, lleno de espanto la desafía a una partida de ajedrez con la ilusión de poder ganarle dándole “jaque mate”? La muerte acepta la orgullosa provocación del caballero medieval… pero  no obstante la infantil tentativa de engañarla con un movimiento equivocado  la muerte sale victoriosa llevándoselo consigo.
La Iglesia en este tiempo de Noviembre nos recuerda esta verdad que tiene su culminación en la vida eterna. ¡Qué conciencia tenía San Francisco para agradecer al Señor por nuestra hermana muerte corporal! Al contrario, nosotros vivimos como idiotas, convencidos que la vida depende de nosotros.
 Me encanta proponer a cuantos, aún no prostituidos al poder moderno, usan la razón, las letanías de la buena muerte, en las cuales se describe muy bien el lento e inexorable acabarse de nuestro cuerpo, rumbo a la resurrección final. El cuerpo se queda por un tiempo en el cementerio en la espera del juicio final, pero el alma en el momento mismo que deja el cuerpo se encuentra con Dios.
Finalmente, aprovechando del próximo día de conmemoración de todos los difuntos, quiero proponer a los lectores las “letanías de la buena muerte”, en un tiempo familiares al pueblo cristiano,  para que tengamos la valentía de mirar la realidad que nos espera y cómo se presentará la muerte en la vida de cada uno.
Cuando mis pies, fríos ya, me adviertan que mi carrera en este valle de lágrimas está por acabarse; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mis manos trémulas ya no puedan estrechar el Crucifijo, y a pesar mío le dejan caer sobre el lecho de mi dolor; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mis ojos, apagados con el dolor de la cercana muerte, fijen en Vos por última vez sus miradas moribundas; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mis labios fríos y balbucientes pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mi cara pálida amoratada causa ya lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de mi cabeza, bañados con el sudor de la muerte, anuncien que está cercano mi fin; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de vuestra boca la sentencia irrevocable que marque mi suerte para toda la eternidad; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mi mente, agitada por horrendos fantasmas, se vea sumergida en mortales congojas, y mi espíritu, perturbado por el temor de vuestra justicia, a la vista de mis iniquidades, luche con el ángel de las tinieblas, que quisiera precipitarme en el seno de la desesperación; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mi corazón, débil y oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del horror de la muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que hubiere hecho contra los enemigos de mi salvación; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando derrame mis última lágrimas, síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, en sacrificio de expiación, para que muera como víctima de penitencia, y en aquel momento terrible, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mis parientes y amigos, juntos a mí, lloren al verme en el último trance, y cuando invoquen vuestra misericordia en mi, favor; Jesús misericordioso, tened piedad de mi.
Cuando perdido el uso de los sentidos, desaparezca todo el mundo de mi vista y gima entre las últimas agonías y afanes de la muerte; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando los últimos suspiros del corazón fuercen a mi alma a salir del cuerpo, aceptadlos como señales de una santa impaciencia de ir a reinar con Vos, entonces: Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cuando mi alma salga de mi cuerpo, dejándolo pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de él como un tributo que desde ahora quiero ofrecer a vuestra Majestad, y en aquella hora: Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
En fin, cuando mi alma comparezca delante de Vos, para ser juzgada, no la arrojéis de vuestra presencia, sino dignaos recibirla en el seno amoroso de vuestra misericordia, para que cante eternamente vuestras alabanzas; Jesús misericordioso, tened piedad de mí.
Cada uno no olvide lo que la tradición de la Iglesia nos ha transmitido: Memorare novísima tua et in aeternum non pecabis” (Acuérdate de tus novísimos y eternamente no pecarás)
P. Aldo

sábado, 16 de octubre de 2010

Educar es comunicar la pasión por la belleza de la vida, la pasión por Cristo

Duele y entristece ver que también nosotros los católicos hemos reducido la educación a información, a una comunicación de valores y no a la capacidad de introducir al chico en el conocimiento de la realidad según la totalidad de los factores que la componen.
Lo que está pasando en estos días nos obliga no sólo a preguntarnos ¿qué significa educar? sino ¿cómo cristianos cuál es la conciencia que tenemos de ser los protagonistas en esta tarea, la más bella e importante de la vida? ¿Por qué somos a menudo los primeros en brillar por la ausencia, dejando en poder del Estado y colegios decidir la identidad educativa?
¿Cuál ideal proponemos a los jóvenes de hoy? Jóvenes cansados ya desde el primer día de su vida, jóvenes que arrojándose en la nada de la sexualidad, del hedonismo, del alcoholismo, de la drogadicción, nos escupen en la cara el vacío en que viven, su desesperación, su rabia contra una sociedad adulta ausente de la realidad, definida por el éxito, por la cultura de la nada. Una realidad adulta que de hecho se lava las manos en cuanto a sus hijos entregándolos al poder dominante, definido por el relativismo, el conformismo y el hedonismo.
¿Es posible que no sintamos el grito desesperado de las nuevas generaciones que buscan el significado último por el cual vivir? ¿Es posible que seamos tan tontos para pensar que el problema de los jóvenes es la sexualidad que, aun siendo una dimensión ontológica del ser humano, no agota la totalidad de su persona? ¿Por qué no somos serios y nos preguntamos qué significa educar?
Recientemente en una encuesta hecha entre jóvenes de Colombia (en Bogotá), resultó que de cada cinco de ellos, uno había pensado en el suicidio. En los Estados Unidos, el suicidio es la tercera causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, y la sexta causa de muerte para los de entre 5 y 14 años. En México, el suicidio es la tercera causa de muerte en jóvenes menores de 15 años y la quinta en jóvenes de 15 a 29 años de edad. No son casos aislados, son meros ejemplos porque en todo el mundo la tasa más alta de suicidio por 100.000 habitantes, más del 40%, se registra entre los 15 y los 24 años (en América Latina la tasa de suicidios entre menores de edad es de 6,8 por cada 100.000 personas y en Paraguay del 8,1), un grupo de población altamente activo desde todo punto de vista: familiar, social, económico.
El número de suicidio entre los jóvenes va en aumento. Después de los accidentes, el suicidio representa la segunda causa de deceso entre los menores. El problema es tan grave que la Organización Mundial de la Salud considera el suicido como un problema de salud pública. Las frías estadísticas son aún peores si consideramos el llamado “suicidio encubierto”, que se da por el consumo de drogas, de alcohol y de sustancias nocivas. Se ha descubierto que  (de manera inconsciente) los niños, preadolescentes, adolescentes o adultos queriendo evadir sus dolencias,  buscan terminar con su vida al ingerir las drogas y por ello se habla de un suicidio encubierto.
Nunca en la historia del mundo se había llegado a tanta desesperación. Esa conducta en adolescentes y menores -ideación de suicidio, intentos de suicidio y el suicidio mismo- no es algo que pueda considerarse como un problema aislado, subjetivo, individual o simplemente patológico.  Y si la situación es está ¿cómo podemos seguir hablando del “aire frito” cuando en juego está el destino de nuestros hijos? La violencia, también la sexual, escribe Pavese “nace de la falta de ternura”, y Malraux diría que la causa radica en el hecho que “no hay más un ideal por el cual vale la pena sacrificarse”. ¿Habrá un sentimiento más desolador que la desesperanza?
En este contexto desesperado, sin embargo, existe un hombre – quizás el único – que junto con otros que le siguen como hijos se erige en la nada que vivimos y propone a todo el mundo un ideal, o mejor, el ideal, el motivo, la razón por la cual vale la pena vivir. Un hombre que nada tiene que ver con lo “políticamente correcto”, con ciertas “diplomacias” humanas que, queriendo arreglar todo, de hecho desordenan todo. Este hombre es Benedicto XVI quien a cada momento nos hace vibrar por la fe que vive, de su pasión por Cristo. Él, el Vicario de Cristo, se sirve de cualquier circunstancia para anunciar a Cristo, para proponer sin miedo alguno, sin falsos respetos humanos, que significa ser hombre, que significa razón, que significa familia, matrimonio, tener hijos.
Su viaje a Inglaterra ha sido el último de los tantos momentos en el cual el Papa, a cuatro años del famoso discurso de Ratisbona, donde hablando de la razón humana suscito la ira de medio mundo, ahora en un país laico y mayoritariamente pagano volvió a hablar de Cristo a los jóvenes. Y no sólo a los jóvenes sino a todos los ingleses y a nosotros mismo. En uno  d sus encuentros, esta vez con los estudiantes católicos del reino Unido, reunidos en la Universidad Católica de Saint Mary, y delante del Ministro de Educación de Inglaterra, después de haber escuchado de parte del rector todos los éxitos logrados por los alumnos de dicha Universidad, el Santo Padre dijo:
Con vistas a los próximos Juegos Olímpicos en Londres, me ha sido grato inaugurar esta fundación deportiva, llamada así en honor del Papa Juan Pablo II, y rezo para que cuantos vengan aquí den gloria a Dios con sus actividades deportivas y disfruten ellos mismos y los demás.
No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad.
Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto: ¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?
Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.
Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos invita a responder a su amor. Todos sabéis lo que sucede cuando encontráis a alguien interesante y atractivo, y queréis ser amigo suyo. Siempre esperáis resultar interesantes y atractivos, y que deseen ser vuestros amigos. Dios quiere vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir compasión por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.
En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las materias concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis. Todo el trabajo que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes, sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones sobre las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino.
Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos estudiando en las escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo incluiros a todos vosotros en mi mensaje de hoy. Rezo para que también vosotros os sintáis movidos a la práctica de la virtud y crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios junto a vuestros compañeros católicos. Sois para ellos un signo que les recuerda ese horizonte mayor, que está fuera de la escuela, y de hecho, es bueno que el respeto y la amistad entre miembros de diversas tradiciones religiosas forme parte de las virtudes que se aprenden en una escuela católica. Igualmente, confío en que queráis compartir con otros los valores e ideas aprendidos gracias a la educación cristiana que habéis recibido.”.
P. Aldo 

sábado, 9 de octubre de 2010

Señor Ministro Riart, ¿su Ministerio es el de Educación o el de Ganadería? (Editorial del Jueves 7 de octubre)

Don Bosco confiesa a uno de sus chicos,
mientras una larga fila de ellos espera su turno
Desde hace meses estamos siguiendo paso a paso su modo de manejar el Ministerio, el más importante junto con el de “Salud Pública y Bienestar Social” y las conclusiones que sacamos se resumen en la pregunta del título de este artículo.
Creemos que Usted arriesga pasar a la historia como el peor Ministro de Educación, reforzando aún más el apodo que le dicen a sus ancestros: “Chacovendeha”. Sin embargo, hay una diferencia: en aquel entonces se trataba de tierra entregada a los bolivianos mientras hoy se trata de la venta del derecho educativo que pertenece sólo a los padres, al poder económico de aquellas ONG que llevan adelante una política demográfica impuesta desde la ONU y que, bajo la diabólica mentira de la defensa de los derechos humanos, tiene como único fin la destrucción de la persona y de la familia y, en última instancia, de la sociedad misma.
Ya desde El Cairo la rabia feminista y la cultura hedonista dominante están llevando adelante, aprovechando los miles de millones de dólares que tiene en su bolsillo la política e “ideología de género”, con todos sus consecuencias de perversión, abusos y atentados contra los fundamentos de la sociedad, cuales son la persona y la familia, el único sujeto que permite la existencia de la sociedad civil. Sin embargo, si esta cultura de la muerte del hombre de hecho es la dominante, lo que nos sorprende y causa dolor es que en el Paraguay quien lleva a la práctica esos principios irracionales e inhumanos es el gobierno, encabezado por un ex-obispo, y un Ministro de “educación” que ha sido formado o deformado (depende de lo que entendamos por educación) en un colegio católico y que además ha sido profesor en la Universidad Católica de Asunción.
Me cruza por la mente la frase de Julio César, el gran emperador romano, quien dijo a su hijo Bruto que formaba parte del complot que le causo la muerte: “¿Tu quoque, Brute, fili mi?”. Me imagino que esto también lo estará gritando a voz en cuello Don Bosco, desde el Paraíso, al ver la actuación de alguien que, quizá, se precia de ser ex-alumno salesiano. ¡Pobre Don Bosco, el genio de la educación humana! No obstante, siempre hay un Judas o una manzana podrida en la canasta.
Una vez más se pone de presente que el peligro para la humanidad y la civilización no viene del mundo ateo, laico o de los musulmanes, sino de los cristianos mismos. Un ejemplo claro es Usted, señor Ministro que, con su propuesta “pedagógica” en materia de educación sexual destruye completamente los principios esenciales de la educación, de la pedagogía que Don Juan Bosco puso como cimiento de sus obras y de los cuales ha nacido una muchedumbre de Karai en el mundo entero. Usted, casándose con la política “educativa” impuesta por las Naciones Unidas está poniendo la base para que cinco siglos de historia, de cultura, de educación, que han formado, madurado, dando una luz nueva, un horizonte nuevo cargado de esperanza a nuestra gente, desaparezca en la nada inhumana de su proyecto “educativo”.
Señor Ministro, unas preguntas:
1.- Usted conoce la diferencia que hay entre el concepto de persona y el de género? Y si lo conoce, siendo ex-alumno salesiano y ex-docente de la Universidad Católica ¿cómo se atreve a imponer el concepto de género para justificar cualquier clase de perversión sexual? No venga a decirnos que la ideología de género con sus fantasías, como la de “el derecho a la opción sexual”, etc. Sea razonable y respetuoso de la dignidad del ser humano.
¿Por favor ¿qué ha aprendido en tantos años vividos en instituciones educativas católicas? El artículo que se publica en este número que lo compara a Usted con el Anticristo, nos parece muy adecuado a su persona.
2.- ¿Usted conoce qué es el derecho natural? ¿Conoce que el derecho positivo para ser objetivo y humano no puede prescindir del derecho natural? Y si está al tanto de estos principios ¿cómo concebir lo que Usted y sus sostenedores llaman “derechos sexuales y reproductivos” con el derecho natural que desde la creación del hombre ha sido la brújula, la conciencia que ilumina el camino humano, un camino cargado de miserias, de abusos, de arbitrariedades, de violencia, pero HUMANO.
Antes del ocaso de la razón o del eclipse total de la misma a favor del hedonismo, antes que los genitales sustituyeran en la cultura de hoy la cabeza humana, el pan era pan y el vino era vino. Es decir, a nadie se le cruzaba por la cabeza sustituir el concepto de persona, antropológicamente perfecto, para definir al ser humano con el principio de género, como a nadie se le ocurrió la confusión de los sexos, la legalización de la opción sexual. Lo mismo vale para el matrimonio y la familia.
La heterosexualidad, desde que existe el ser humano, ha sido y será (obviamente para quien usa la razón) el principio fundamental de cualquier sana antropología. Ciertamente esta claridad de la naturaleza humana, estas leyes inscritas en la autoconciencia del “Yo”, no han impedido que los hombres, volviéndose sordos a la voz de la conciencia no hayan conocido y vivido cualquier clase de perversión. Pero una cosa es el comportamiento humano – todos somos limitados y sin la gracia de Algo más grande podemos volvernos bestias – y otra cosa es no reconocer o destruir la ontología del ser humano, los principios que hacen de un ser viviente un hombre.
3.- Usted parece muy acelerado el llevar adelante una respuesta equivocada a un problema real como es la violencia sexual, la discriminación, etc. Sin embargo, parece sordo y ciego delante del problema más grave y que en todo el mundo se llama “emergencia educativa”. Señor Ministro, ¿es prioritaria la educación sexual o la educación en sí, entendida como la capacidad de introducir a los chicos en el conocimiento de la realidad según la totalidad de los factores que la componen? ¿Le parece que a los chicos les interesa más el sexo o conocer, experimentar si la vida tiene un sentido último por el cual vale la pena vivir? ¿Es posible que aún no se haya dado cuenta que uno se quita la vida porque no conoce todos los detalles del sexo, sino porque no encuentra nadie capaz de ofrecerle un horizonte cargado de esperanza?
Parece que Usted vive en las nubes. En lugar de hablar y de estar en su oficina, baje a las calles y hable con los jóvenes y pregúnteles: ¿cuál es el sentido último de tu vida? ¿Por qué vives? ¿Cuál es el motivo de tanto alcoholismo y drogadicción? ¿Por qué la fiebre del sábado a la noche? ¿Por qué tantos suicidios, por qué tanta depresión? Creo que cabizbajo se iría hasta la tumba de Don Bosco y pediría perdón.
Señor Ministro, recientemente decía un chico: “qué me interesa la vida si nadie me ha comunicado cual es su sentido y si hay una razón última para vivir”. El famoso escritor Paul Nizan antes de suicidarse compuso su epitafio: “Tenía veinte años. No dejaré que nadie diga que es la edad más bella de la vida”. Por eso, en este contexto cultural dominado por el nihilismo, hablar de lo que Usted habla, ofrecer los programas de educación sexual con los cuales está muy preocupado, indica que ni Usted ni sus colaboradores están ubicados en la realidad, porque en juego, hoy día a nivel juvenil, no está el sexo sino el sentido mismo de la vida, la razón por la cual vale la pena vivir. ¿Le parece, si Usted tiene hijos, que los problemas que afectan sus cabezas a nivel educativo son los del sexo?
Los problemas inherentes a una sexualidad anormal o depravada, origen de tanta violencia, son consecuencia de la falta de un significado último por el cual vivir. El hombre es relación con el Misterio y sin la conciencia de lo que dice uno de los protagonistas de “Los Hermanos Karamasov” de Dostoievski: “Si Dios no existe, ¿sería yo capitán?”, en pocos años liquidaremos las generaciones futuras.
Señor Ministro, Don Bosco tenía clarísima una cosa: si los chicos no conocen que la vida es bella porque es relación con el Misterio, que la vida vale la pena ser vivida porque tiene un destino último, cualquier perversión es posible y son capaces de cualquier violencia. Don Bosco no vivió en el cuarto oscuro de un Ministerio sino en la calle, compartiendo todo, todo, con los chicos, dando la vida por ellos. Por favor acabe con la demagogia y además acuérdese que el derecho a la educación y a la creación de los programas educativos no pertenece al Estado sino a los padres. De lo contrario volveremos al estalinismo comunista, castrista, chavista. Sobre este tema volveremos pronto.
Decían los franceses: “a la guerra, como a la guerra”. En esta materia nunca lo dejaremos dormir tranquilo, porque, como decía un gran educador “que nadie nos toque el derecho a la libertad de educación. Estamos dispuestos a andar desnudos por la calle antes que el Estado se permita pretender sustituirnos en el derecho de educar a nuestros hijos”. Ni el Estado, ni las escuelas, ni nadie, puede obligar a los padres a que sus hijos reciban en las escuelas, unas enseñanzas que vayan en contra de sus convenciones morales y religiosas, pues la educación sexual de los hijos, es un derecho básico, innegociable,  irrenunciable e intransferible de los padres y debe ser impartida por ellos mismos, bajo su guía o por quien ellos, con plena libertad y conocimiento, deleguen el alcance de esa obligación.

P. Aldo 

martes, 5 de octubre de 2010

La “cultura” gay es la punta del iceberg del ocaso de la razón (Jueves 30/09/10)

Ícaro - Henri Matisse
No cabe duda que la iniciativa promovida por los laicos de los movimientos “Fedavifa” y “Queremos papá y mamá”, para el día 2 de octubre de 2010, sea loable y que todos tenemos que apoyarla participando en modo concreto con nuestra presencia física y no sólo moral. Lo que está en juego, en las próximas semanas, no es una cosa cualquiera sino la concepción misma del ser humano, de su dignidad y, por consiguiente, de la familia y la sociedad.
Me encantó el panfleto que lleva como invitación de parte de los niños y padres  un eslogan muy significativo: “Queremos papá y mamá”.
La tentativa de introducir en el país una ley favorable a la unión gay atenta, contra el principio natural que Dios mismo puso como dimensión ontológica del ser humano, que pretende que no exista otra realidad más que la del matrimonio heterosexual. Cualquier otra iniciativa es una perversión del orden natural.
No es una cuestión de fe sino de razón, porque es la razón, entendida como la capacidad de mirar la realidad según la totalidad de los factores que la componen, que exige respetar lo que a nuestros ojos es una evidencia que se impone y no necesita demostración filosófica: los cuerpos masculino y femenino están hechos en modo perfecto como un encastre, es decir, uno para el otro, uno que encaja en el otro.
Diríamos que la anatomía misma lo demuestra, además de las diferencias y complementos psicológicos que definen al ser humano como masculino o femenino. Todo lo que niega esta evidencia no sólo es irracional sino una grave desviación de la naturaleza humana, manoseada por una lógica perversa cuyos principios son el libertinaje y el hedonismo salvaje.
Si es aprobada una ley que favorezca la perversión de las uniones gay, dentro de unos años llegaremos a legalizar hasta las uniones de seres humanos con las bestias.
El hedonismo no tiene frenos. “Abisus abisum invocat” decían los latinos. Es decir, se comienza con una grieta en la represa que contiene la belleza del ser humano y con el tiempo esta grieta se vuelve un agujero espantoso hasta que la represa misma cae permitiendo al enorme volumen de agua arrastrar detrás de sí cualquier signo de vida y dejando un desierto cargado de muerte.
Por eso, delante de la necedad de aquellas organizaciones a las cuales no les importa nada del ser humano y practican una política que tiene su raíz en una concepción de la persona humana similar a la de cualquier animal, también si es de una especie superior, es necesario testimoniar que aún el mundo no es un zoológico, que aún existen seres humanos para quienes los genitales no ocupan el lugar de la razón, que están dispuestos a impedir con el martirio, si es necesario- que la perversión se vuelva ley, destruyendo, ignorando la cultura bella, clara, firme, de nuestro pueblo y por la cual el hombre, varón y mujer, no pueden ser sustituidos con el concepto de género y que el matrimonio monogámico y heterosexual es intocable y que nadie se permita ponerlo en discusión.
Sin embargo, sería reductivo dejar el compromiso de los católicos en defensa de la persona humana a una manifestación de plaza, a una iniciativa parlamentaria, porque el desafío que una eventual propuesta de ley a favor de las uniones gay, nos obliga a preguntarnos: ¿Quién es Cristo para cada uno de nosotros? ¿Por qué, nosotros los cristianos, hemos permitido que se llegue a esta situación cultural en la cual domina el hedonismo y el relativismo?
Amigos, la cultura que lleva a legalizar cualquier clase de perversión es la cultura que respiramos, es la cultura que nos define también a los cristianos de hoy. Seamos sinceros y honestos con nosotros mismos ¿Acaso no es también para nosotros el placer por el placer parte de la concepción que tenemos de la vida? Pensemos cuál concepción tenemos de la familia, de la fidelidad, del hombre, de la mujer, de los relacionamientos entre varón y mujer, de la educación, etc.
La “cultura” de la perversión o gay es la punta del iceberg que revela la crisis del cristianismo y el ocaso de la razón. Ya muchas veces hemos repetido el juicio de Charles Péguy “somos los primeros después de Cristo sin Cristo”. Vuelvo a reproponer lo que afirmaba un conocido estudioso de Nietzsche, comentando cuanto el filósofo alemán quería decir hablando de la muerte de Dios: 
“Nietzsche nos advertía que la muerte de Dios es perfectamente compatible con una religión burguesa. Él no pensó nunca que la religión tuviera que acabar. Cuando hablaba de la muerte de la religión, hablaba del fin de su capacidad de mover la mente, de despertar el Yo. No se trata de una religión como práctica, sino de su capacidad de despertar la esperanza. La religión se volvió un producto de consumo, una forma de entretenimiento, un consuelo  para los débiles, una estación de servicio emotivo destinada a apagar algunas necesidades irracionales que la religión está en condiciones de satisfacer mejor que cualquier otra cosa. Aunque suene unilateral el diagnóstico, Nietzsche daba en el clavo”.
Creo que nadie puede objetar y decir que este juicio es falso. Pensemos, por ejemplo, en la Iglesia de nuestro país y en nuestros pastores, qué clase de “testimonio” han ofrecido al mundo en estos últimos años. ¿Dónde está nuestra capacidad de anunciar el Acontecimiento cristiano? ¿En qué consiste nuestra pastoral? ¿Cuáles son nuestras preocupaciones a nivel de evangelización? ¿Nosotros, pastores y laicos, vibramos de un amor total, apasionado, por Cristo?
Dolorosamente, sin generalizar, debemos reconocer que hemos reducido la Iglesia, el cristianismo, a cuanto expresa el estudioso de Nietzsche. Sin embargo, dentro de este relativismo y conformismo tuviera dominante se impone la figura del Santo Padre quien hasta en su visita a Inglaterra  donde todos hablaban de un fracaso mientras que se  reveló un suceso evangélico, humano, único e inimaginable  reclamó de nosotros cristianos la urgencia de la santidad, de la conversión, de volver a Cristo para amarlo con la misma pasión del Beato cardenal Newman, de los primeros cristianos y de toda aquella muchedumbre de santos que llenan Iglesia.
El mundo de hoy no es muy diferente de aquel mundo que encontró Pedro y Pablo llegando a Roma, ni de aquel mundo que conoció San Benito después de la destrucción del Imperio Romano, ni de aquel mundo que encontraron los jesuitas llegando al Paraguay. Si hay una diferencia  ciertamente abismal  entre aquellos mundos y el nuestro, está en el hecho que nosotros somos “los primeros sin Cristo después de Cristo” mientras que aquellos mundos no conocían a Cristo. No cabe duda que de ésta diferencia nace la necesidad de una decisión, hoy día aún más radical, por Cristo.
Cuando Pedro y Pablo llegaron a Roma ¿qué encontraron? Un pueblo para el cual quien no era ciudadano romano era “una cosa que caminaba y hablaba”, es decir, un objeto sin dignidad y derechos, pasible de ser víctima de cualquier perversión. El hedonismo, la inmoralidad, era la cultura dominante, la cual llevó el Imperio a su ocaso. ¿Qué hicieron Pedro y Pablo y los primeros cristianos? ¿Salieron a la plaza, a la calle con panfletos  gritando eslóganes? Tuvieron que vivir por casi trescientos años en las catacumbas y cuando en el 313, con el edicto de Constantino, ganaron la libertad de culto, la única preocupación que los animó fue la de “anunciar a Cristo y Cristo crucificado”, como ya había dicho San Pablo después de su fracaso en el areópago de Atenas, en el cual intentó convencer con razonamientos muy sutiles a los congresistas allí reunidos para escuchar la doctrina que predicaba.
Dirá Charles Péguy, muchos siglos después: “También en el tiempo de los romanos había corrupción y ¡qué corrupción!, sin embargo, Cristo no perdió su tiempo en gemir, en poner pasacalles, etc., simplemente cortó la cuestión y creó el cristianismo”.
San Benito era un joven de Nursia, testigo de las cenizas en que se había convertido el Imperio más grande de la historia gracias a las invasiones de los bárbaros que destruyeron toda una civilización milenaria. ¿Qué hizo San Benito? ¿Se puso a llorar sobre la leche derramada? No. Hizo el cristianismo. Comenzó con un grupito de amigos en Subiaco y después en Montecasino. Y aquel grupito en el tiempo se volvió un grupo grande del cual salió la bella e imponente figura del Papa San Gregorio Magno, quien reformó la Iglesia y envió a otro benedictino a Inglaterra, San Agustín de Canterbury, el cual evangelizó ese país, creando monasterios. Y de estos monasterios salió San Bonifacio quien después se fue a Alemania a evangelizar la raza de los “Teutones”… De esta manera nació la gran Europa Medioeval. El cristianismo se difundió por envidia.
Mil años más tarde pasó lo mismo en nuestro continente. Un continente habitado por los Mayas, Incas, Aztecas, poblaciones de una corrupción y violencia únicas. Bastaría ver la película “Apocalipto” de Mel Gibson para hacerse una pálida idea de la brutalidad y perversión en que vivían aquellos. También los Guaraníes, dentro de la diferencia abismal con sus pares andinos, porque culturalmente eran mucho más profundos y agudos, vivían una situación primitiva en la cual el canibalismo, la poligamia, la concepción de la mujer, etc., no era diferente a la de los  demás pueblos que habitaban la tierra que aún no había conocido a Cristo.
¿Qué hicieron los jesuitas, franciscanos y demás órdenes que llegaron? ¿se pusieron a gritar en contra, organizaron manifestaciones? Simplemente anunciaron a Cristo con la pasión y el entusiasmo que sólo un enamorado puede comprender. Qué bello lo escrito por Ruiz de Montoya en su diario “la conquista espiritual del Paraguay”: “por dos años no hablamos de moral sexual y matrimonial a los Indios, porque no queríamos quemar aquellas tiernas plantitas que recién estaban abriéndose a la fe con una moral incomprensible. Por dos años nos preocupamos de anunciar lo bello del cristianismo… y encontrando a Cristo, ellos mismos pidieron el matrimonio monogámico.”
Ayer como hoy, y en particular en este momento en el cual “somos los primeros después de Cristo sin Cristo”, la urgencia es sólo una: mostrar con la vida la belleza, la fascinación del Acontecimiento cristiano. Como cristianos somos una absoluta minoría, sin embargo, todos los hombres tenemos el mismo corazón que es como un globito inflado. Podemos hacer todo lo posible para que se quede bajo el agua, pero nunca lo lograremos  porque en cualquier momento saldrá a la superficie del agua.
El corazón del hombre es como el agua. Inútilmente trataremos de detenerla construyendo diques y represas… ella siempre encontrará una modalidad para llegar al océano. Es decir, es el corazón el que busca a Cristo, tiene hambre y sed de Cristo. El problema es que faltan cristianos enamorados de Cristo y testigos de su resurrección. El único compromiso que nos pide el mundo “gay” o no “gay” es ser  lo que somos por gracia, porque también el “gay” tiene un corazón y uno no puede engañarlo dándole a comer excrementos.
 
P. Aldo