Duele y entristece ver que también nosotros los católicos hemos reducido la educación a información, a una comunicación de valores y no a la capacidad de introducir al chico en el conocimiento de la realidad según la totalidad de los factores que la componen.
Lo que está pasando en estos días nos obliga no sólo a preguntarnos ¿qué significa educar? sino ¿cómo cristianos cuál es la conciencia que tenemos de ser los protagonistas en esta tarea, la más bella e importante de la vida? ¿Por qué somos a menudo los primeros en brillar por la ausencia, dejando en poder del Estado y colegios decidir la identidad educativa?
¿Cuál ideal proponemos a los jóvenes de hoy? Jóvenes cansados ya desde el primer día de su vida, jóvenes que arrojándose en la nada de la sexualidad, del hedonismo, del alcoholismo, de la drogadicción, nos escupen en la cara el vacío en que viven, su desesperación, su rabia contra una sociedad adulta ausente de la realidad, definida por el éxito, por la cultura de la nada. Una realidad adulta que de hecho se lava las manos en cuanto a sus hijos entregándolos al poder dominante, definido por el relativismo, el conformismo y el hedonismo.
¿Es posible que no sintamos el grito desesperado de las nuevas generaciones que buscan el significado último por el cual vivir? ¿Es posible que seamos tan tontos para pensar que el problema de los jóvenes es la sexualidad que, aun siendo una dimensión ontológica del ser humano, no agota la totalidad de su persona? ¿Por qué no somos serios y nos preguntamos qué significa educar?
Recientemente en una encuesta hecha entre jóvenes de Colombia (en Bogotá), resultó que de cada cinco de ellos, uno había pensado en el suicidio. En los Estados Unidos, el suicidio es la tercera causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, y la sexta causa de muerte para los de entre 5 y 14 años. En México, el suicidio es la tercera causa de muerte en jóvenes menores de 15 años y la quinta en jóvenes de 15 a 29 años de edad. No son casos aislados, son meros ejemplos porque en todo el mundo la tasa más alta de suicidio por 100.000 habitantes, más del 40%, se registra entre los 15 y los 24 años (en América Latina la tasa de suicidios entre menores de edad es de 6,8 por cada 100.000 personas y en Paraguay del 8,1), un grupo de población altamente activo desde todo punto de vista: familiar, social, económico.
El número de suicidio entre los jóvenes va en aumento. Después de los accidentes, el suicidio representa la segunda causa de deceso entre los menores. El problema es tan grave que la Organización Mundial de la Salud considera el suicido como un problema de salud pública. Las frías estadísticas son aún peores si consideramos el llamado “suicidio encubierto”, que se da por el consumo de drogas, de alcohol y de sustancias nocivas. Se ha descubierto que (de manera inconsciente) los niños, preadolescentes, adolescentes o adultos queriendo evadir sus dolencias, buscan terminar con su vida al ingerir las drogas y por ello se habla de un suicidio encubierto.
Nunca en la historia del mundo se había llegado a tanta desesperación. Esa conducta en adolescentes y menores -ideación de suicidio, intentos de suicidio y el suicidio mismo- no es algo que pueda considerarse como un problema aislado, subjetivo, individual o simplemente patológico. Y si la situación es está ¿cómo podemos seguir hablando del “aire frito” cuando en juego está el destino de nuestros hijos? La violencia, también la sexual, escribe Pavese “nace de la falta de ternura”, y Malraux diría que la causa radica en el hecho que “no hay más un ideal por el cual vale la pena sacrificarse”. ¿Habrá un sentimiento más desolador que la desesperanza?
En este contexto desesperado, sin embargo, existe un hombre – quizás el único – que junto con otros que le siguen como hijos se erige en la nada que vivimos y propone a todo el mundo un ideal, o mejor, el ideal, el motivo, la razón por la cual vale la pena vivir. Un hombre que nada tiene que ver con lo “políticamente correcto”, con ciertas “diplomacias” humanas que, queriendo arreglar todo, de hecho desordenan todo. Este hombre es Benedicto XVI quien a cada momento nos hace vibrar por la fe que vive, de su pasión por Cristo. Él, el Vicario de Cristo, se sirve de cualquier circunstancia para anunciar a Cristo, para proponer sin miedo alguno, sin falsos respetos humanos, que significa ser hombre, que significa razón, que significa familia, matrimonio, tener hijos.
Su viaje a Inglaterra ha sido el último de los tantos momentos en el cual el Papa, a cuatro años del famoso discurso de Ratisbona, donde hablando de la razón humana suscito la ira de medio mundo, ahora en un país laico y mayoritariamente pagano volvió a hablar de Cristo a los jóvenes. Y no sólo a los jóvenes sino a todos los ingleses y a nosotros mismo. En uno d sus encuentros, esta vez con los estudiantes católicos del reino Unido, reunidos en la Universidad Católica de Saint Mary, y delante del Ministro de Educación de Inglaterra, después de haber escuchado de parte del rector todos los éxitos logrados por los alumnos de dicha Universidad, el Santo Padre dijo:
“Con vistas a los próximos Juegos Olímpicos en Londres, me ha sido grato inaugurar esta fundación deportiva, llamada así en honor del Papa Juan Pablo II, y rezo para que cuantos vengan aquí den gloria a Dios con sus actividades deportivas y disfruten ellos mismos y los demás.
No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en santidad.
Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto: ¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?
Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.
Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos invita a responder a su amor. Todos sabéis lo que sucede cuando encontráis a alguien interesante y atractivo, y queréis ser amigo suyo. Siempre esperáis resultar interesantes y atractivos, y que deseen ser vuestros amigos. Dios quiere vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas trampas. Empezáis a sentir compasión por la gente con dificultades y ansiáis hacer algo por ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo esto comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.
En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las materias concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis. Todo el trabajo que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la amistad con Dios y todo ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no sólo buenos estudiantes, sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida que avanzáis en los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones sobre las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de cara a lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y conveniente. Pero recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino.
Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos estudiando en las escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo incluiros a todos vosotros en mi mensaje de hoy. Rezo para que también vosotros os sintáis movidos a la práctica de la virtud y crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios junto a vuestros compañeros católicos. Sois para ellos un signo que les recuerda ese horizonte mayor, que está fuera de la escuela, y de hecho, es bueno que el respeto y la amistad entre miembros de diversas tradiciones religiosas forme parte de las virtudes que se aprenden en una escuela católica. Igualmente, confío en que queráis compartir con otros los valores e ideas aprendidos gracias a la educación cristiana que habéis recibido.”.
P. Aldo
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