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jueves, 19 de agosto de 2010

De rodillas delante de Jesús (Editorial Jueves 19 de agosto de 2010)

 Fernando Lugo reza en la Capilla del Hospital Sirio Libanés de Sao Paulo
Estimado Señor Presidente de la República del Paraguay, Don Fernando Lugo:

Con conmoción vi la foto publicada en todos los diarios de nuestro país, que lo muestra rezando de rodillas en la Capilla del sanatorio Sirio-Libanes. Una postura digna de un Karai, es decir de un hombre, de un pecador consciente que la vida no depende de nosotros.

¡Cuántas veces en su vida de cura y de obispo se habrá arrodillado como todos nosotros, pastores y laicos, pero quizá con cuanta superficialidad hemos hecho este gesto! Ahora, mirándolo en la foto, me pareció ver en su rostro, en su postura, la imagen del publicano, del mendigo que, consciente de la propia nada, reconoce como Santa Teresa de Ávila que sólo “Dios basta”, y Catalina de Siena: “¿Quién soy yo, Señor? Nada. ¿Quién sos Vos? Todo”.

Señor Presidente, delante de su humanidad postrada ante el Misterio es como si todo el pasado se haya vuelto como para la Magdalena, Zaqueo, Pedro, etc., una gracia para volver a encontrar a aquel Dios que antes de ser concebido en el vientre de su madre lo había ya elegido como su propiedad para siempre. Dios quiere que reconozcamos que somos nada y que nuestra consistencia está en Él. Tristemente somos tercos, fácilmente víctimas de nuestro orgullo y de la sed de poder. Sin embargo la vida, tarde o temprano nos pasa factura. Basta un sencillo malestar físico y de repente estamos KO, como se suele decir en el boxeo.

¡Cuántas veces nos preocupamos por arreglar las cosas, buscar alianzas, estudiar estrategias, buscar el éxito, convencidos de poder cambiar el mundo o de mostrarnos como los nuevos mesías, ilusionando a la gente, y de repente un ganglio hinchado, un granito en la piel, nos avisa que estamos encaminados hacia el destino final!

¿Señor Presidente, se acuerda de la visión bíblica del profeta Daniel al cual el rey Nabucodonosor pide explicarle el sueño de la estatua hecha de oro, de plata, de acero inoxidable - diríamos hoy- pero con las piernas de arcilla? ¿Se acuerda la explicación que le dio el profeta? Ha sido suficiente una piedrita que golpeo allí donde la arcilla sustituía al acero y todo el monumento se derrumbó. El profeta con esta imagen quiso decir, no sólo a Nabucodonosor sino a todos los poderosos de la tierra, que es suficiente un estornudo para que todo se venga abajo, para que el poder termine en nada.

Ni usted, ni nosotros, pensábamos que le pudiera acontecer este drama, pero el Señor que es Padre, tiene sus proyectos a fin de que recuperemos la única postura digna del hombre, la de vivir arrodillados ante Él. Para estar de píe uno no puede prescindir de esta postura y cuando se olvida de esta verdad la caída es terrible. ¿Cómo no sentir la voz del profeta que nos dice “Maldito el hombre que confía en el hombre, en el poder, en la propia capacidad”?

La maldición no es obra de Dios, porque Dios es padre, sino de nosotros mismos y coincide con todas aquellas miserias que vivimos, también en la enfermedad. Mis hijos enfermos de sida me lo recuerdan todos los días: “Padre, nosotros pagamos las consecuencias de nuestro alejamiento de Dios, de nuestra vida desordenada. No es Dios la causa de nuestra enfermedad sino nuestra libertad. Sin embargo, llegando a esta clínica tuvimos el gozo de dar gracias al Señor por la misma enfermedad, porque nos permitió encontrar a Cristo”. Es como decir que “nos permitió ponernos de rodillas con los ojos fijos en Cristo Eucaristía, suplicando y gritando 'Señor, Sálvame', 'Señor, ten piedad de mí'”.

Por eso me encantó la fotografía que muestra, finalmente, su verdadera grandeza, porque en esa postura esta toda su grandeza. Ahora, finalmente, saborea que significa ser humano, ser débil, ser como todos. Ahora puede decir con el apóstol Pablo “cuando soy débil estoy fuerte por Cristo”. Ahora puede experimentar que significa “Cristo mendigo del corazón del hombre y el hombre mendigo de Cristo”. ¡Qué gracia le ha sido dada, Señor Presidente! Ahora finalmente tiene la gracia de comprender que significa el dolor, el dolor de este pueblo que veo arrastrarse cada día hasta la clínica “San Riccardo Pampuri”, las casitas de Belén y San Joaquín y Santa Ana, pidiendo socorro.

La enfermedad es una gracia cuando abre la razón al Misterio reconociéndolo como el significado último de la vida. El dolor es una gracia porque nos saca de las fantasías de nuestro orgullo y nos devuelve a la realidad de la nada que somos: “Polvo somos y al polvo volveremos”.

¡Qué bella foto! Una foto que describe toda la gran estatura del hombre que dándose cuenta de sus pies de arcilla, lo único que le queda es entregarse a Aquel en el cual esta nuestra consistencia. ¡Qué bella aquella foto, Señor Presidente en la que se le ve solo, sólo con Dios, sin aquellos chupamedias que normalmente le rodean, porque, acuérdese, el poder no tiene amigos! Mirándolo de rodillas, solo, delante del Santísimo, a cuyo lado estaba una imagen de la Virgen, estoy convencido que se dio cuenta del vacío del poder, de la ilusión que se vuelve decepción, soledad.

Siempre me viene a la mente el protagonista de una novela italiana “El desierto de los Tártaros”. Era un capitán quien tenía la tarea de controlar la frontera de una región de la gran Rusia con Mongolia. Toda su vida se pasa esperando al enemigo contra el cual debía combatir. Finalmente llega el momento de ejercer su poder: los Tártaros están por llegar. Drogo - así se llama el protagonista - está feliz, porque ve cumplirse el sueño de su vida. Pero un imprevisto malestar lo tumba. Tiene que abandonar el fortín e internarse en un sanatorio. Y será allí, entre miles de dolores que se dirá a sí mismo: “Drogo ahora si estás solo, totalmente solo, porque nadie podrá sustituirte en tu enfermedad y además hasta tu madre que te ama intensamente, vive unos momentos del día sin pensar en ti. Estás solo, solo, terriblemente solo”. El poeta Quasimodo escribe: “Cada uno está solo /sobre el corazón de la tierra,/ traspasado por un rayo de sol,/ y enseguida anochece”.

Con los ojos fijos en aquella foto rezo por Usted para que se recupere en su totalidad, como hombre, como cristiano y como sucesor de los apóstoles. No podemos olvidar, Señor Presidente, lo dicho por Jesús: “es mejor entrar en el Paraíso con una sola pierna que ser arrojado al infierno con las dos”. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” nos recuerda el evangelio. Nunca podré olvidar esa foto, porque es la afirmación de la verdad y de la grandeza de cada hombre. Allí está solo delante del Santísimo Sacramento, pero nunca como en aquel momento la compañía de Dios ha sido evidentísima. Y es de ésta compañía que todos necesitamos, porque todos los que nos rodean y no vibran en la compañía de Dios son falsos, aprovechadores y lo único que esperan, como los buitres, es que las cosas se empeoren para devorarnos.

Pregúntense: ¿Cuántos de la gente que le rodea lo quiere de verdad, y querer significa amar su destino último, significa dar su vida por la suya? Leyendo los diarios ¿cuáles eran las preocupaciones de la mayoría de sus colaboradores? Duele, pero repito: el poder no tiene amigos. Mientras nosotros que no contamos nada, todos los días seguimos orando por Usted, unidos con nuestros hijos enfermos terminales.

Le agradezco, Señor Presidente, porque su enfermedad que lo llevo a ponerse de rodillas en la soledad de una Capilla, sólo en la compañía de Jesús, José y María, ha sido para mí y para muchos amigos motivo de dolor, pero al mismo tiempo es como un aguijón en nuestra carne que permite vivir despiertos, porque cuando menos lo esperamos llega la hora de nuestra salida de este mundo. Una foto histórica, porque describe la grandeza del hombre, su grandeza. Viviendo todos los días con los pacientes terminales, la muerte es parte de mi respiro cotidiano y es bello ver como los más de 700, quienes ya alcanzaron el cielo, se despidieron con la sonrisa en los labios.

“Pasa la gloria de este mundo” canta la Iglesia. Lo que queda es el testimonio de nuestro amor a Cristo y al prójimo. La Virgen de la Asunción le devuelva la salud para que pueda testimoniar cuanto Dios lo ama y Usted pueda rodearse de amigos sinceros y llevar acabo aquellas iniciativas políticas a la luz de la caridad, que permita a nuestro pueblo experimentar una calidad de vida más humana. Qué la Virgen, y lo digo de todo corazón, le done una larga vida al servicio de Dios y de los pobres.

P. Aldo

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