El Arzobispo de Palermo, Mons. Paolo Romero, en compañía el P. Aldo Trento |
Queridos amigos, ya desde hace una semana estoy recorriendo Italia de Norte a Sur, de Este a Oeste. El motivo es sólo uno: el anuncio del Acontecimiento de Cristo contando a todos cuanto cada día hace entre nosotros y con nosotros en San Rafael.
No hubo lugar donde estuve en que no encontrara un montón de personas, jóvenes en particular, deseosas y hambrientas de escuchar la experiencia cristiana que vivo con ustedes. Cada día ha sido para mí una sorpresa ver los teatros o los salones deportivos llenos de gente. Una sorpresa que me empujaba a decir: “no a mí, Señor, no a mí, sino a Tu nombre, la gloria” ¡Que desproporción entre lo que veo, escucho y mi pobreza humana! Sin embargo, una vez más me di cuenta que Dios se sirve de mi “argeleria”, de mi pobreza, de mi fatiga al hablar, para comunicar a cuantos he encontrado su misericordia, su amor al hombre.
En este momento, mientras pienso en ustedes, estoy volviendo de Palermo, la bellísima capital de la región de Sicilia, rumbo a Milán. Una ciudad que es una síntesis de la tradición fenicia, romana, árabe, bizantina y latina. La Presencia de los árabes que la dominaron por unos siglos, es evidente en la catedral y en la actual sede del gobierno regional. La catedral por un tiempo ha sido una mezquita. Pero no sólo los árabes han dejado sus huellas sino también los normandos y en particular los españoles, que la gobernaron por casi 500 años. Una presencia, la de España, más evidente a nivel de arte y arquitectura que en nuestro país. No hay esquina del centro histórico que no remita a la presencia de la casa real de España, de los reyes de Castilla y después de los Borbones.
En Palermo, el domingo 14 de noviembre, no obstante que a la misma hora se jugaba el “derby” de fútbol Palermo-Catania, el teatro de los salesianos estaba llenísimo para escuchar a este burro hablar de Cristo, camino, verdad y vida. Dos horas, durante las cuales, después de un “breve” testimonio de quién es para mí Cristo y el cristianismo, se alternaron al micrófono diferentes personas preguntando sobre un tema preciso ¿qué tiene que ver Cristo con la vida? ¿Cómo Cristo se hace contemporáneo al hombre de hoy? ¿Se puede hablar de la positividad del sacrificio y por qué? ¿De dónde nace aquella amistad que permite la experiencia de la liberación? Etc.
Responder para mí no ha sido dar recetas y consejos, más bien reclamar un trabajo personal, el mismo al cual yo estoy llamado a vivir. Un trabajo que consiste en la obediencia a la realidad, en una vida sacramental auténtica y cotidiana y en el reconocimiento de rostros en los cuales los rasgos de la Presencia de Cristo son visibles.
La misma experiencia, con las mismas preguntas la tuve el sábado 13 en Florencia donde, en compañía del Ingeniero Sergio Franco, Director Administrativo de nuestra clínica, participamos en el marco de la “Biennale Florens 2010” (un conjunto de actividades de todos los niveles, organizado por el gobierno de la ciudad y de la Región Toscana) en un panel en el “Aula Magna”, atestada, de la facultad de Medicina. El tema: “los primeros sanatorios florentinos al comienzo del año mil tienen su continuidad en la clínica San Riccardo Pampuri”.
Ha sido impresionante ver, con documentos históricos precisos, como sólo la fe vivida en lo cotidiano es capaz de dar vida a nuevas formas humanas de asistencia. Florencia, Clinica Divina Providencia San Riccardo Pampuri: un único hilo que tiene su origen en Cristo. Acabado el encuentro fuimos a ver el “battistero” una obra maestra del arte florentino, Santa Maria del Fiore y el campanario de Giotto. Para la circunstancia toda la plaza había sido revestida con pasto fresco, permitiendo a los miles de turistas volver al comienzo de la ciudad cuando aún no existía el adoquinado. Una atmósfera mágica envolvía Florencia.
Tanto en Roma como en Florencia y Milán la acogida ha sido entusiasta y conmovedora. Volviendo al viaje, de vuelta de Palermo llegué a Milán, el lunes 15, día de San Alberto Magno, onomástico del Padre Alberto, y cuando desembarqué ya me esperaba un colegio, encontré un curso cuyos chicos ya conocen a los niños de la casita de Belén. Fué un encuentro bellísimo, los niños estaban llenos de curiosidad y de preguntas. Acabado el encuentro, acompañado por el amigo cónsul honorario del Paraguay en Milán, el Dr. Roberto Sega, alcancé la ciudad italiana, fronteriza con Suiza, Domodossola, donde encontré un grupo de empresarios y la comunidad de Comunión y Liberación Local.
Todo se desarrolló bajo una lluvia torrencial desde las 19.30 hasta las 2.30 de la madrugada cuando volvimos a Milán. ¡Tanta fatiga para mi edad! Sin embargo, mirando cómo la gente estaba hambrienta de Cristo y en particular a los jóvenes, me di cuenta que valió la pena este sacrificio, porque el fin de la vida no es la pereza, la comodidad o el dormir, sino el anuncio de Cristo.
Una vez más toqué con la mano, escuchando las preguntas de los jóvenes, el vacío afectivo en que viven, la ausencia de la familia, de adultos y también de curas apasionados, como el Padre Paolino, por ellos, por su destino. Es una pena ver tantos sacerdotes, aquí como en Paraguay, aún preocupados en dar consejos, viviendo una vida tranquila, convencidos que basta una predica para tocar el corazón de los chicos.
Mientras escribo, me preparo porque hoy (martes 16) estaré en Bolonia, donde en el Aula Magna de la primera y más antigua universidad del mundo, tendré la gracia de estar al lado del Cardenal Caffarra, arzobispo de esa ciudad, para hablar sobre el tema; “La última palabra de la vida no es el pecado, sino la misericordia”. Que el Espíritu Santo me ilumine y la Virgen me asista con su maternal protección para que sea la gracia de Cristo quien hable y no tanto mi lengua.
P. Aldo
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