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jueves, 9 de diciembre de 2010

La realidad, ¿es motivo de preocupación o es una provocación?


¡Elevad la mirada a los cielos!
¡Ya se acerca el Dios que nos salva!
Despertad en el alma la espera
Y acoged al Señor de la gloria
Con esta súplica la Iglesia invita a todos los hombres (porque cada hombre es relación con el Infinito) a elevar los ojos hacia arriba, a despertar, tomar en serio la propia humanidad, el propio corazón; porque “ya está cerca el Dios que nos salva”, ya ha llegado el momento de “acoger al Señor de la gloria”.
La primera preocupación de la Iglesia en este momento es que cada uno de nosotros, cristiano o no, sea hombre, reconozca de qué está hecho el propio corazón, porque sin una pasión por la propia humanidad, sin una seriedad con la realidad, cualquier camino hacia el Infinito, hacia el propio destino, está precluido. No es el pecado, el límite, la miseria lo que impide al corazón, síntesis de sentimiento y razón, de reconocer que el ser humano es relación con el Infinito, que es el grito: “Ven Señor Jesús”, más bien aquella forma de anestesia que la cultura moderna inyecta en el Yo de cada uno para adormecernos, para homologarnos.
Sin embargo, no existe morfina por más potente que sea, no existe anestesia, no existe poder por malvado que sea, que pueda destruir totalmente aquel deseo de infinito que vibra en cada uno de nosotros. “Oh Dios, tú eres mi Dios, por Ti madrugo, mi alma está sedienta de Ti, mi carne tiene ansia de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”, grita el autor del Salmo 62. Nada ni nadie podrán acabar con este grito sino modificando la estructura genética, el ADN del ser humano, porque está inscrita en lo profundo del ser esta relación del hombre con el Misterio.
Desde su creación hasta el final del mundo el Yo humano - y la historia milenaria del hombre lo testimonia a todas las latitudes - sería siempre como el famoso Icaro de Matisse una infinita sed de plenitud de felicidad. Y lo documentamos también en este tiempo definido como el tiempo del ocaso de la razón en el cual el poder nihilista dominante, no obstante su fascinación relativista y hedonista no ha logrado ni logrará apagar aquella chispa divina que brilla, quizá temblando como una hojita en la tormenta, porque hay siempre algo que de repente como un relámpago despierta la razón humana, despierta aquellos interrogantes últimos sobre la realidad y la vida.
Basta una gripe, un linfoma, un granito y ya hasta el hombre más dormido en su orgullo comienza a temblar, comienza a preguntarse el porqué. Cada uno puede, por un momento, mirar su vida, mirar su alrededor para darse cuenta de la verdad de esta provocación. Sería suficiente quedarnos en nuestro país y verificar lo que pasó en estos últimos días con la muerte del gran “Rambo”,  de Martín Chiola, de otros enfermos ilustres, que la prensa o el entorno quieren censurar en su verdad última, hasta entrar en la clínica “San Riccardo Pampuri” de la parroquia San Rafael  y verificar cuántas personas mueren cada semana, verificar la lista de los pobres enfermos terminales que esperan una cama, para darnos cuenta que la verdad no es lo que presentan los medios de comunicación o la sociedad.
Y enseguida anochece, cada uno está solo en el corazón de la tierra”, afirmaba el nobel de literatura Quasimodo. Cada uno está solo, malditamente solo con sus miles de preguntas, con su rabia cargada de soledad de un lado y del otro, con su deseo de una liberación, de un encuentro con Alguien que lo ilumine, le explique el porqué y le indique una meta.
Querido padre, hace una semana vino a visitarme un amigo diciéndome “todas las cosas me están saliendo bien, tengo un trabajo, una familia que me quiere, amigos, y sin embargo, no estoy feliz” Me quedé petrificada porque es lo que yo estoy viviendo. No sé darme las razones. Intentaré explicarme mejor con unos ejemplos:
- Hace tres meses me ha dejado mi novio después de seis años de noviazgo, con todos nuestros proyectos, deseos… He sufrido y aún tengo una cierta melancolía, también si no estoy desesperada. ¿Por qué? ¡Bah!
-  Desde hace unos meses he abandonado la Iglesia. ¿Por qué? No sé darme una respuesta. He pedido socorro… pero de balde.
¿Y ahora?¿por qué las cosas no duran? La única cosa que permanece es la inquietud. Tengo un montón de preguntas a las cuales no sé dar una respuesta. Me dicen que la vida es misteriosa. Sin embargo, no acepto el Misterio. Admito que no todo se puede conocer y comprender, pero ¿cómo se hace aceptarlo? Yo la vida no la entiendo… afirman que es un don, pero por lo que me toca a mí de hecho no lo es. ¿Cómo puede ser un don algo que no dura para siempre? Esta palabra me parece tan extraña y sin embargo, ¡deseo infinitamente el Infinito!
Hemos nacido sin pedirlo y nos encontramos sin una razón, a la búsqueda de quién sabe qué cosa, con el deseo de ser felices pero sin la posibilidad de alcanzarla en esta tierra. Entonces, ¿dónde? ¿Qué sentido tiene el correr a derecha e izquierda, comer, reír, llorar; en fin, vivir, si todo se acaba?
Es muy feo afirmarlo, sin embargo muchas veces pensando en estas cosas me he preguntado ¿Por qué tanto afán para vivir de esta manera? ¿Existe una alternativa?”.
Solamente los necios no viven dramáticamente la realidad y no vibran con miles de preguntas como las de esta chica. ¿Por qué entonces, la mayoría de nosotros no vibra de esta manera? Parecemos no sentir que también si uno aparentemente tiene todo, y sin embargo, “… no soy feliz”.
Depende de la libertad humana que puede mirar a la realidad como fuente de preocupación o de provocación. En el primer caso el punto de partida no es la realidad sino lo que uno tiene en la cabeza: sus proyectos, sus fantasías, su imaginación, sus ideas. La consecuencia es la parálisis de la razón, la ausencia de dramaticidad, la neurosis. La realidad enjaulada dentro de un esquema personal se transforma en lo que uno piensa e imagina. De aquí el miedo, la inseguridad, la incapacidad de arriesgar, la negatividad, el pesimismo. La mirada paralizada en el propio ombligo, incapaz de mirar todos los factores, la desmoralización, la pérdida de la responsabilidad. La invitación del himno de Laudes de Adviento: “Levantad la mirada a los cielos” inexistente hasta como deseo. Y esta es la postura dominante, la postura del idiota.
La segunda modalidad, la de acoger la realidad como provocación, como signo es la del hombre racional, quien agarra la realidad en su totalidad, a 360º. Para este hombre, la realidad no es una jaula, más bien una huella, una pista que conduce al encuentro con el Misterio. Por eso la realidad es sólo positiva, porque hasta el mal objetivo, como una enfermedad, despierta en el hombre miles de preguntas, también rabiosas o aparentemente  desesperadas como las de la chica, de hecho “obliga” a la libertad humana a reconocer la existencia de un “quid” último por el cual vale la pena vivir.
Es la postura que el genio de Manzoni, el más grande escritor italiano del siglo XIX, en la novela “Los novios prometidos” pone en boca del “Innonimato” (un personaje importantísimo de la novela y símbolo del hombre verdadero, atormentado como la chica por un montón de “porqués”) cuando delante del tormento de su conciencia cargada de pecados  y con una pistola entre las manos, viviendo la dramaticidad de querer acabar con su vida, grita: “Dios, si existís, revélate a mí”.
Y será Dios mismo, al amanecer del día, cuando encontrando al Cardenal Federico Borromeo de Milan, quien le responda con un abrazo en el cual este pecador experimenta la misericordia divina.
La realidad vivida como signo, sí o sí, lleva a la conversión, es decir, a reconocer la gran Presencia creadora y misericordiosa de Dios.
Sin embargo, el desastre del hombre moderno es haber reducido la realidad a apariencia. Es la postura positivista: cada cosa está allí, cada cosa existe porque existe. Se le ha quitado a la realidad la categoría del signo. Imagínense que diferencia hay entre mirar un ocaso o un amanecer como signo y el mirarlo como lo mira un positivista. O mirar a una chica como signo, como la miraba el genio de Leopardi o mirarla solamente en su aspecto fenoménico.
Es otra cosa, es otro mundo: en el primer caso la mira y contemplando su belleza no puede no afirmar: ¡Qué grande es Dios y qué bello es el mundo, qué bella es esta chica y cuánto más Aquel que la ha creado! En tanto para el positivista todo se da por igual, la realidad no remite a nada y en el caso de la chica incluso la reduce a objeto, la elimina como persona.
La realidad como signo provoca, suscita interrogantes, engendra energías siempre nuevas y da alegría y paz a la existencia. La realidad como preocupación nos lleva al manicomio.
El Adviento es el tiempo en el cual la Iglesia quiere educarnos a vivir la realidad como signo, como algo que remite al más allá, como espera. Es el momento para educarnos a estar delante de la realidad como la chica de la carta, con aquella dramaticidad que parece lindar con la desesperación, mientras es un grito al Dios aún desconocido como experiencia.
Pero no es desesperación porque ésta coincide con la eliminación de las preguntas, con el sueño de la razón, con el cinismo del corazón. “Mejor puercos como nosotros que intachables y solos” decíamos en el último editorial.
La gran batalla contra el poder dominante que quiere censurar nuestra humanidad es de la de la chica que sin miedo toma en serio toda su vida llenándose de “porqués”. Es la postura del niño y en el niño es natural porque pertenece a los padres. Es lo que todos necesitamos: una compañía para no ser tragados por el poder. La Navidad es la compañía de Dios al hombre
P. Aldo

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