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miércoles, 29 de septiembre de 2010

La conversión: reconocer que un amor infinito tuvo piedad de mi nada (Editorial Jueves 23 de septiembre)

En el último editorial hemos subrayado dos aspectos fundamentales los cuales el cristianismo no puede ignorar si quiere no perderse a sí mismo y ser útil al mundo, ofreciendo una vida cargada de esperanza y de certeza.
En primer lugar, hemos visto el contexto cultural en el cual estamos llamados a vivir la fe, un contexto resumido en manera muy clara en las palabras del escritor y poeta francés Charles Peguy: “un mundo sin Cristo después de Cristo”. La provocación del mismo filósofo de la muerte de Dios, Nietzsche, según el comentario de uno de los expertos máximos en el conocimiento de este gran filoso alemán, ha sido un desafío único para todos, cristianos o no, y por eso vale la pena reproponerlo porque, tercos como somos, arriesgamos seguir viviendo en las nubes:
Nietzsche nos advertía que la muerte de Dios es perfectamente compatible con una religión burguesa. Él no pensó nunca que la religión tuviera que acabar. Cuando hablaba de la muerte de la religión, hablaba del fin de su capacidad de mover la mente, de despertar el Yo. No se trata de una religión como práctica, sino de su capacidad de despertar la esperanza. La religión se volvió un producto de consumo, una forma de entretenimiento, un consuelo  para los débiles, una estación de servicio emotivo destinada a apagar algunas necesidades irracionales que la religión está en condiciones de satisfacer mejor que cualquier otra cosa. Aunque suene unilateral el diagnóstico, Nietzsche daba en el clavo”.
En segundo lugar, dentro de este contexto cultural descristianizado hemos subrayado, en particular con los escándalos vividos dentro de la misma Iglesia este año con la cuestión de la pedofilia, la urgencia de tomar en serio el reclamo del Santo Padre a la conversión. Benedicto XVI no perdió tiempo en análisis o simplemente en denunciar o en darle una solución al problema apretando la disciplina eclesiástica, sino que hizo un llamado a todos los cristianos a la conversión.
El Santo Padre, tanto en sus intervenciones a los sacerdotes al finalizar el Año Sacerdotal como a los miles de peregrinos reunidos con él en Fátima, hablóo claramente de que la causa de estos males es el pecado, una palabra tristemente desconocida incluso en muchos sectores de la Iglesia. Sin un compromiso con el reclamo del Santo Padre, el cual es el mismo de Jesús al comienzo de su vida pública “convertíos, (metanoeite)”, no existe salida de esta situación de pecado, origen de todos los escándalos, de todo el mal que vive dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
El del Papa es un reclamo a la conversión personal que se vuelve también conversión social, porque si el Yo de un hombre vive de Cristo es inevitable que todos los que rodean a este hombre se contagien por la belleza humana del mismo.
Pero, ¿qué significa conversión? La respuesta parece simple y fácil, sin embargo existe una confusión que la reduce o a moralismo o a espiritualismo. Y además para el pensamiento dominante de los cristianos el compromiso a la conversión está reducido o a un automatismo que no ve implicada la propia responsabilidad o a un esfuerzo moral como si la conversión dependiera solamente del hombre.
1.- El punto de partida de una autentica conversión es el reconocimiento gozoso de nuestros pecados, del mal que está dentro de nosotros y que coincide con la distracción, con el olvido de la naturaleza de nuestro corazón, que es la relación con el Misterio. El pecado consiste en al eliminación de la realidad como signo, en la división entre realidad y Misterio, razón por la cual la vida anda por su cuenta y a Dios lo dejamos descansar allá arriba.
 Si Dios existe, nada tiene que ver con la vida”, solía afirmar el filosofo Cornelio Fabro. Es la división entre la fe y la vida, lo sagrado y lo profano. Mientras la fe, si es fe, coincide con la vida y lo profano no existe porque todo es sagrado en cuanto que todo es relación con el Misterio. En nuestra experiencia cotidiana es bien visible la separación entre la fe y la vida, lo sagrado y lo profano.
Padre, una cosa es mi postura en política, en lo económico, otra es con la fe”. “Padre, los asuntos profanos deben ser tratados como profanos; los asuntos religiosos como religiosos”. Es una esquizofrenia dominante en el mundo católico. De aquí la confusión hasta en la concepción de la propia vocación y responsabilidad de muchos pastores quienes han abandonado la propia misión para dedicarse al compromiso político, y con la ilusión de realizar el ideal de justicia han creado más confusión e injusticia.
 2.- El impedimento a este reconocimiento gozoso de nuestros pecados es el escándalo que vivimos mirando el mal que alberga nuestro corazón. En lugar de vivir con el ánimo conmovido por el sentimiento y sentido de la vida, porque todo lo que acontece, también el pecado, es un reclamo al misterio y del Misterio. Por eso, no viviendo esta conmoción es como si fuéramos determinados, bloqueados por el pecado.
La gran irracionalidad en nuestra vida es la de vivir escandalizados por los límites, por los pecados. Es como si viviéramos olvidando que somos ontológicamente nada, unos pobrecitos, necesitados de la gracia, de alguien que se acuerde de nosotros, apiadándose. La conversión comienza a volverse experiencia cuando en lugar de escandalizarnos de nuestros pecados, miramos en ellos y en el dolor el camino normal para descubrir la verdad, el camino más directo a Cristo. Parece una contradicción. Sin embargo, es la verdad: lo que para nosotros es un escándalo, para Dios es el instrumento pedagógico a la verdad, al encuentro con Cristo.
Delante del mal que está dentro de cada uno y que nos rodea delante de tantos escándalos ¿cuál ha sido la estrategia propuesta por el Papa?  La conversión
3.- ¿Qué es la conversión, a la cual el Papa sigue reclamándonos? Reconocer la verdad y la verdad ha sido bien sintetizada por las palabras del profeta Jeremías: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia teniendo piedad de tu nada”. No existe nada más original que este amor. Es la verdad primera a la cual mirar, amaneciendo, trabajando, en cada momento del día. Si no es así, vivimos defendiéndonos del compromiso al cual estamos llamados y que es  la conversión.
Escribía monseñor Luigi Giussani, fundador del Movimiento Comunión y Liberación, cuando siendo un joven sacerdote y se encontraba enfermo, a un amigo suyo, también sacerdote, y que le pedía ayuda: “Esta noche estoy demasiado cansado y no logro responder en modo preciso a tu estado de ánimo, sin embargo yo percibo solamente que la substancia de la vida está en el amor, un amor infinito, enorme que se ha inclinado hacia mi nada, haciendo de esta nada un ser humano, un polvo finito que es la inteligencia y el corazón… volviéndolo infinito como Él” (Carta del 12 de diciembre de 1946)
Cualquiera sea el estado de ánimo o la situación que vivimos, nada puede parar este amor infinito, enorme que se ha inclinado sobre mi nada. La conversión es reconocer y permitir que este Amor eterno entre en mi vida. Polvo soy, sin embargo el Misterio se ha inclinado sobre mi nada.
No existe diversidad y distancia más grande que la existente entre la nada y el ser. No obstante, esta distancia ha sido eliminada por Cristo, por el amor de Cristo que abraza también mi traición, que no deja afuera nada  de mi humanidad. Nuestra traición es la distracción. ¿Cuántas veces en un día pensamos en Jesús? ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos pensado en Él, lo hemos mirado a la cara?
Pensemos en lo que le pasó a Zaqueo, a la adúltera, a la samaritana, a Mateo. Con certeza aquella mirada que cambio su vida se volvió, por el resto de su vida, el punto decisivo, definitivo con el cual comparar todo, desde su modo de trabajar, relacionarse con la realidad.  La gran verdad de la vida es que este hombre llamado Jesús se ha inclinado sobre la nada, mi nada, sobre nuestra traición. La conversión coincide con esta conmoción. Por eso es necesario una iniciativa personal porque el poder quiere adormecernos, anestesiarnos, impedirnos vivir con la conmoción de esta verdad.
No es automático quedarnos con la mirada de Zaqueo, de la adúltera, de la samaritana, de Mateo. Es necesario un movimiento personal, una responsabilidad que permita nuestro SI a este Acontecimiento presente de amor que se ha inclinado sobre mí no sea censurado u olvidado por una distracción, porque todo alrededor conspira para que el olvido se adueñe de mí, de nosotros.
La conversión está en responder a la preferencia que el Misterio vive con nosotros. Tomar una iniciativa personal significa reconocer esta preferencia cada momento.
P. Aldo


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Somos los primeros después de Cristo sin Cristo (Editorial Jueves 16 de septiembre)

La situación tanto eclesial como social y política de nuestro país, aún para el 80% de la población formalmente católica, implica la toma de conciencia de dos hechos:
1.- El contexto cultural en el cual vivimos, no sólo a nivel local sino en todo el hemisferio occidental, y en el cual estamos llamados a vivir la fe, está profundamente descristianizado. Diría el poeta francés Charles Peguy: “un mundo sin Jesús después de Jesús”.
Unos años atrás, un comentarista del filosofo alemán Federico Nietzsche, nos decía: “Nietzsche nos advertía que la muerte de Dios es perfectamente compatible con una religión burguesa. Él no pensó nunca que la religión tuviera que acabar. Cuando hablaba de la muerte de la religión, hablaba del fin de su capacidad de mover la mente, de despertar el Yo. No se trata de una religión como práctica, sino de su capacidad de despertar la esperanza. La religión se volvió un producto de consumo, una forma de entretenimiento, un consuelo  para los débiles, una estación de servicio emotivo destinada a apagar algunas necesidades irracionales que la religión está en condiciones de satisfacer mejor que cualquier otra cosa. Aunque suene unilateral el diagnóstico, de hecho, daba en el clavo”. Y, realmente, no podemos negar la verdad de este juicio, también aplicado a la situación actual de nuestra Iglesia, del modo de proponer la fe y de la concepción que tenemos de la misma.
Una fe, un cristianismo, cada vez más vacío de su contenido, reducido a ética, a espiritualismo o a compromiso social, a una opción en sentido único para los pobres, olvidando que en realidad son los pobres, los humildes, quienes en nuestro país no sólo tienen sed y hambre de Cristo, sino que han sido ellos (a lo largo de estos dos últimos siglos, después de la expulsión de los jesuitas) quienes han custodiado la herencia de la fe cristiana, aunque reducida a una religiosidad en la cual dominan las formas devocionales más que la esencia del Acontecimiento Cristiano.
Tristemente lo que es un Acontecimiento pasó a ser como un recuerdo: “Había una vez… pero ahora ya se acabó” y su incapacidad de incidir en las personas y en la sociedad es una evidencia. De aquí nace la ilusión de cierta teología liberacionista que, alcanzando finalmente el poder político, sería capaz de lograr aquel cambio social que Jesús y su Iglesia no pudieron en 500 años de historia.
Dolorosamente ahora que Cristo no es más una Presencia, que el cristianismo se ha transformado en una ideología ¿qué nos queda aparte de la decepción y la desesperación? ¿Quién nos devolverá la esperanza? ¿Quién responderá a los grandes interrogantes de la vida que mi pequeña hija, con tan sólo 10 años, me resumía de esta manera: ‘Papá sos el mejor del mundo, yo sé cuánto me amas, sin embargo es como si siempre me faltara algo y no sé que es… ya sé que me querés, pero ¿por qué tengo dentro de mí este vacío grande?’” me comentaba la semana pasada un papá, cristiano-ité.
El artículo de Andrés Colman, publicado en Última Hora el domingo 5 de septiembre, en el cual se denunciaba la condición juvenil en nuestro país ha sido una bofetada ante todo para nosotros los pastores, incapaces de ofrecer una respuesta adecuada al vacío existencial que se observa en los diferentes comportamientos de nuestros hijos. Un vacío existencial que ciertamente no serán los valores, por más altos y bellos sean, los que lo llenen sino una Presencia, un gran Amor, el encuentro con Cristo mediante el encuentro con hombres en los cuales sean evidentes los rasgos inconfundibles de Cristo.
El corazón del hombre se mueve cuando se con-mueve y se con-mueve sólo cuando encuentra una Presencia humanamente cargada de fascinación, es decir, una compañía humana en la cual brilla la humanidad de Cristo, “Camino, Verdad y Vida”.
Los valores son como los fuegos de artificio: hermosos, espectaculares, pero no mueven, no dan consistencia a la vida...y después de un efímero entusiasmo, delante de la incapacidad que cada uno experimenta en el vivirlos, no obstante todo el esfuerzo, nos dejamos arrastrar por el poder mundano con la consiguiente decepción o desesperación. “Padre el cristianismo es bello, interesante, sin embargo no es para mí. No logro vivir lo que me propone y además lo que el mundo me ofrece es mucho más interesante”, me decía recientemente un joven estudiante de la Universidad Católica.
Esta decepción que vemos en los jóvenes no es menos dramática de la que vemos en todos los niveles de la sociedad donde la ilusión de una teología de la liberación está mostrando todas sus grietas, su incapacidad en alcanzar la tierra prometida que tanto entusiasmo había suscitado en el pueblo. Nadie pone en duda algunos alcances logrados, pero no será ninguna ideología, ninguna utopía, ningún esfuerzo humano, por más noble que sea, lo que podrá responder a aquella hambre y sed que se esconde detrás de cualquier problema humano y social. No olvidemos (los guaraníes nos lo recuerdan a lo largo de su historia) que el hombre busca el Infinito.
2- Esta situación en la cual vivimos exige una conversión, como dice Benedicto XVI, conversión que tiene en los obispos, sacerdotes y religiosos a los primeros protagonistas, porque una jerarquía santa, unos religiosos santos, inevitablemente origina un pueblo de santos. De lo contrario un conjunto de funcionarios deja que el rebaño, como afirma el profeta, sea comido por los lobos.
El Santo Padre, el 16 de mayo pasado, decía que el verdadero enemigo al cual temer y combatir es el pecado, el mal espiritual que a veces contagia los miembros. Un ejemplo: la pedofilia. ¡Qué dolor en la Iglesia, en nosotros, en el Papa! Es un llamado urgente a la conversión, justo en el año sacerdotal, una llamada especial a los pastores ante todo. Debemos aceptar, reconocer que las pruebas que el Señor permite tanto a nivel personal como social son para que nos lleven a la conversión del corazón, como dijo el Papa en Fátima.
Hay una profunda relación entre el contexto cultural (primer punto) y el llamado del Papa. Nos encontramos en un “mundo después de Jesús sin Jesús”, esto significa que si no acogemos la llamada a la conversión seremos responsables de “un mundo sin Cristo después de Cristo”. Y esto vale mucho más para los pastores y religiosos que somos los primeros responsables de la lenta descristianización de nuestro continente y del mundo.
Pensando en esta responsabilidad que tenemos me cruzan por la mente las palabras de Mons. Giussani a un grupo de consagrados: “Entre ustedes (pero vale también para los sacerdotes y laicos comprometidos) no existe nadie que niegue a Dios, sino que hay gente atontada, adormecida, o superficial, que no tiene el ánimo movido por el permanente sentido de la vida y por el reconocimiento que todas las cosas que acontecen son como una invitación a la relación con el Misterio”. No hay alguien que quede fuera de este influjo del contexto cultural que nos lleva fuera de nosotros mismos. Es como si todos viviéramos anestesiados.
No ponemos en juego la existencia o no de Dios. No sólo esto, sino que noventa y nueve coma noventa y nueve por ciento de las personas reconocen Su existencia. Sin embargo poco o nada tiene que ver con la vida que sigue otros parámetros. “Si Dios existe – diría el filósofo Cornelio Fabro – nada tiene que ver con la vida”. Seamos sinceros ¿qué vibración, qué entusiasmo, qué pasión encontramos en nuestra Iglesia por la gloria humana de Cristo?
A una persona enamorada la reconocemos en seguida porque está despierta, vibra, se mueve, sus ojos brillan y todos reconocen que en ella aconteció algo grande ¿Nuestra Iglesia, cada uno de nosotros que la componemos, somos testigos de este amor, de esta pasión, de esta gran vibración que genera el encuentro con Cristo? No podemos dejar de reconocer la urgencia de la conversión.
El inicio de la salvación es que sintamos el contragolpe en la conciencia, de nuestra pobreza, de nuestra tibieza. Y el primer signo de un camino de conversión es el no escandalizarnos de esta miseria, dejar de lado las ilusiones para reconocer que somos nada. El pecado y el dolor son el camino normal para llegar a esta verdad, son el camino más directo a Cristo. El problema es que nuestra libertad reconozca esta urgencia, reconozca que la causa de tanto mal en el mundo es nuestro pecado, es el olvido de Cristo, nuestra incapacidad de reconocer la contingencia de las cosas. Dios permite el pecado, el dolor, como un instrumento pedagógico para ser reconocido por el hombre que en su ceguera se deja llevar por el orgullo de su autonomía, olvidándose de ser polvo.
Todo lo que ha sucedido en estos meses en la Iglesia, tanto en la Universal como en la Particular, ha sido un instrumento educativo, mediante el cual Dios quiso y quiere hablarnos de la  urgencia de la conversión.
En qué consiste esta conversión será el tema del próximo editorial.
P. Aldo

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un encuentro con aquellos para quienes “Cristo es ahora una Presencia familiar” (Editorial Jueves 9 de septiembre)

De izquierda a derecha:
Marcos Zerbini, Cleuza Ramos y P. Aldo Trento
Sucedió en el aeropuerto de La Malpensa (Milan). Era el 1 de septiembre de 2010. Un grupo de amigos de una ciudad cercana nos estaba esperando, deseosos de encontrar a Marcos y Cleuza Zerbini que habían participado conmigo en la cita anual del Movimiento de Comunión y Liberación (CL) en la Thuile (Val de Aosta). Un acontecimiento que reúne cada año alrededor de Julián Carrón (sucesor de Don Giussani en la guía del movimiento de CL), a los responsables de esta experiencia, de esta novedad en el vivir la fe y que provienen de más de setenta países del mundo.
Esos amigos desde hacía tiempo estaban esperando este momento, este encuentro, para escuchar de boca de Marcos y Cleuza lo que significa vivir la relación personal con Cristo en la vida cotidiana. Personas hambrientas y sedientas de sentir concretamente de los Zerbini, si hoy es posible creer, como bien dice Dostoievski, en la divinidad de Jesucristo. Habían escuchado ya muchas veces hablar de ellos, del milagro que el Espíritu Santo está obrando, no sólo en Brasil, sino en todo el continente Latinoamericano, usando sus personas y aquella amistad que el encuentro con Julián Carrón engendró a su alrededor en este último año.
Una amistad muy sencilla que ve reunidos con ellos al P. Aldo, Bracco (responsable en Brasil de CL), Julián de la Morena (responsable de CL en Latinoamérica), y unas personas más, como el Profesor Doctor Alexandre, el médico que Dios usó para encontrar a estos líderes del movimiento de los “Sin Tierra”, la asociación más grande del Brasil que reúne a miles de personas que no tienen ni siquiera un metro cuadrado de tierra para construir una piecita donde dormir.
Finalmente esos amigos pudieron encontrar a Marcos y Cleuza cara a cara, aprovechando del tiempo que nos separaba del nuevo embarque. Rumbo a Sao Paulo. Nos encontrábamos en la Sala Respighi del aeropuerto. Las caras de los amigos estaban visiblemente conmovidas, como eran las caras de los apóstoles cuando vivían con Jesús y lo escuchaban hablar. La pregunta que salía de la boca de todos era muy sencilla: ¿qué significa para ustedes ser cristianos vivir y testimoniar la fe en Cristo Jesús?
Cleuza y Marcos por casi una hora llenaron la sala de espera del aeropuerto con el testimonio, con la pasión que vibran sus corazones, desde cuando, hace unos años, escucharon a Carrón afirmar – precisamente en La Thuile – las palabras de Jesús: “hasta el pelo de vuestra cabeza está contado”. Aquel momento fue para los Zerbini lo que para Juan y Andrés había sido el encuentro con Cristo hace dos mil años.
“Ya acabada aquella asamblea, recuerda Cleuza, dije a Marcos: podemos irnos ahora, podemos volver al Brasil. Finalmente hemos encontrado la respuesta al drama de 30 años de lucha, de sufrimientos a la cabeza del movimiento “Sin Tierra”. Habíamos llegado a La Thuile cansados de tanto trabajo, de tantas luchas, de tantos fracasos.
Habíamos estado luchando siempre tanto por los demás, enfrentando cualquier dificultad y arriesgando la vida, que llegó el momento en que no aguantábamos más. Ya no entendíamos que utilidad tenía para ambos seguir luchando. Estábamos pasando una profunda crisis.
Sin embargo, cuando Carrón nos recordó que hasta el pelo de nuestra cabeza es contado, entró potentemente en nuestra vida una luz que en un instante cambió nuestra mirada. Ha sido como para Zaqueo, para la samaritana, para la adúltera, para Mateo… y para San Francisco, del cual estamos profundamente enamorados.
Finalmente habíamos percibido que el cristianismo no era luchar por Cristo. No era una impresión de la cual partir para la lucha por los pobres, sino un Hecho, un hombre que nos hablaba, una Presencia que conocía hasta el número de cabellos de nuestra cabeza. Finalmente el centro de la batalla se trasladaba de la lucha por los demás a la relación personal con Cristo. La perspectiva de la vida cambió radicalmente. No eran ya los demás el punto de partida de nuestro trabajo sino el propio Yo con todas sus exigencias de belleza, de amor, de justicia, de verdad…
Un cambio de 180º. Imagínense que significa finalmente mirarse al espejo con ironía, con cariño y ya no más como antes, cargados de preocupación desde el primer momento del día. De verdad, otra vida comenzaba para nosotros. Y no sólo para nosotros sino para todos los miles de personas de nuestra asociación, que quedaron sorprendidos al vernos, una vez que regresamos a Brasil, con una cara brillante de luz, la luz de la esperanza.
Grande fue la alegría cuando en un día lleno de lluvia, en febrero del 2008, nos entregamos nosotros mismos y todo el movimiento a Carrón, porque lo único que deseábamos era y es que el carisma de Don Giussani se volviera la experiencia humana, no sólo de nosotros sino de las más de cien mil personas que nos siguen. La conmoción de aquel lluvioso día de febrero fue tanta, que ni el diluvio de agua que caía sobre nuestros cuerpos, impidió gozar de aquella belleza, de aquella novedad destinada a cambiar la vida de todos.
Pasaron ya dos años desde aquel acontecimiento y día tras día se hace más evidente el cambio, el entusiasmo de todos. Cristo es ahora una Presencia familiar y no más aquella utopía que tanta ilusión y decepción nos había regalado. La esperanza de un cambio ahora se había vuelto un cambio concreto, aquel cambio que se llama Cristo, esta novedad que entrando en la vida le da un nuevo horizonte y una nueva decisión que permite vivir con la certeza que todo tiene un destino bueno y que todo es por el movimiento del “Yo”.”
“¡Qué bello, qué cosa tan grande, qué conmoción!”, afirmaba Gabriela, una joven madre de cinco hijos, quien vive cerca de Varese. Sus ojos estaban húmedos por la conmoción al escuchar el milagro acontecido en la vida de este matrimonio. “Nos hemos enterado que Marcos se ha vuelto a postular como diputado por el Estado de Sao Paulo en las próximas elecciones generales del Brasil, que serán el 3 de octubre. También hemos escuchado que la Jefe de la campaña es Cleuza. Nos desconcierta este dinamismo y por eso quisiéramos saber qué significa para ustedes este difícil compromiso adquirido con sus amigos”, preguntó Gabriela a nombre de sus amigos de Varese.
Marcos toma la palabra y con los ojos brillantes – esta provocación le encanta – responde: “Para nosotros la política es un instrumento que nos permite anunciar a Cristo y defender los intereses humanos de la muchedumbre que nos sigue. El fin de la campaña electoral es anunciar a Cristo. ¿De qué serviría para nosotros que hemos visto por treinta años todos los fracasos de la política, de los políticos, del trabajo político, sino fuera para anunciar a Cristo? El pueblo está harto de las mentiras, de las propuestas utópicas, de las promesas incumplidas. Tiene hambre y sed de encontrar a alguien que le comunique el sentido de la vida. Cada persona que encontramos cada día y no sólo los miles y miles durante la campaña electoral, tiene el mismo corazón que nosotros, tiene el mismo deseo que nos empuja a decir “SI” a Comunión y Liberación. Por eso el anuncio de Cristo, la propuesta del carisma de Don Giussani es el corazón de la campaña electoral.
Nosotros no partimos de Cristo, no nos inspiramos en los valores evangélicos en esta batalla, sino que, como los apóstoles, proponemos el Acontecimiento cristiano porque sólo esto necesita el pueblo. Es impensable cualquier hipótesis de cambio prescindiendo de esta postura, de este Acontecimiento, de este carisma que cambio nuestra vida. No podemos dejar de proponer lo que nos devolvió el gusto de vivir a cuantos encontramos en nuestro camino.
Muchos nos preguntan que pasará si perdemos las elecciones. Una preocupación buena, sin embargo, para nosotros es otra la preocupación: no perder la fe, no reducir el carisma encontrado a un resultado. Quizás podamos perder políticamente pero nunca perderemos la experiencia cristiana que vivimos. Elecciones volverán a haber y nos volveremos a presentar si la realidad lo exige, pero la fe, la fe y el reconocimiento de Cristo es ahora, porque es ahora que la vida necesita de su Presencia, es ahora que nuestro pueblo necesita tocarlo, verlo, verificar los milagros que este reconocimiento genera.
Por este motivo nunca, dentro de los grandes compromisos políticos de estos meses, hemos descuidado a los amigos, los gestos de la comunidad, todo lo que el movimiento nos propone. Nunca tuvimos, por ejemplo, el problema: Escuela de Comunidad o un comicio electoral. No sólo esto, sino que en plena campaña electoral hemos venido a La Thuile para estar con Carrón y los amigos, porque es necesario para nosotros el renovar en cada momento la conciencia que tenemos de Cristo, mucho más que todo el resto.
La política, el ser diputado tiene sentido sólo por este motivo. En la política Marcos Zerbini es la punta del iceberg de un pueblo, de miles y miles de amigos que miran donde yo miro, que desean lo que yo deseo. Mis amigos no son políticos, no tengo un comité, una secretaría política, tengo un pueblo, tengo una cabeza de la campaña electoral, Cleuza. Tengo un montón de amigos que en las primeras semanas de la campaña han repartido gratuitamente (la gratuidad es el signo de la verdad de un compromiso) dos millones de panfletos. Panfletos humildes, hechos con papel reciclado, en los cuales sintéticamente describo el origen y la razón de mi empeño político. El lema es “Eu faço parte de una historia”. Y por eso la primera página del panfleto muestra las fotos de mis amigos paraguayos, italianos y brasileros. La gente conoce la verdad de lo que proponemos y por eso mientras unos colegas gastan millares de reales en su campaña nosotros con trescientos mil reales abarcamos todo”.
Los amigos que escuchan, está vez están conmovidos al oir un hombre de esta estatura humana que ya casi no existen en el mundo italiano y europeo donde dominan los enanos, los politiqueros, como pude constatar leyendo los diarios italianos.
Falta poco para la salida de avión para Sao Paulo y tenemos que despedirnos. Pero uno del grupo tiene una pregunta y quiere que Marcos le responda aunque sea con dos palabras: “Marcos, explícame que quieres decir que el fin y el contenido de tu campaña política es el anuncio de Cristo. ¿Significa que haces como los evangélicos, las sectas evangélicas, que van con su Biblia o folletos de casa en casa para cazar prosélitos?”.
Marcos sonríe y contesta con un ejemplo: “Si estas enamorado, profundamente enamorado de tu mujer, ¿acaso todo lo que haces, vives, tus ojos, tu rostro, tu persona, no expresa en cada detalle lo que llevas en el corazón, aunque estés las veinticuatro horas delante de una computadora? Cristo entrando en mi vida ha engendrado una nueva autoconciencia de mí y esto es inevitable para que se manifieste en todo lo que soy y hago. También es verdad, como afirma mi esposa, que no podemos pasar un día sin hablar (justamente hablar con la boca) de Cristo por lo menos a diez personas nuevas.
Y las personas que encontramos se dan cuenta que nuestro modo de decir “Cristo” no tiene nada que ver con el modo de decir de las sectas, porque para nosotros Cristo es una experiencia humana, es la vida a 360º, es la razón en toda su plenitud, es la libertad que valora todo lo que de humano existe, una libertad respetuosa de todo y de todos, preocupada por el destino, por la felicidad del otro, sea este quien sea.
Un ejemplo de lo que digo es que en la asociación el 30% son evangélicos y son los primeros en conmoverse por la propuesta humana que ofrecemos a todos. A nosotros no nos interesa el proselitismo que ni siquiera aguantamos, sino comunicar una vida, la vida nueva que hemos encontrado, esta plenitud humana que vivimos. Lo que proponemos a todos es un desafío a la libertad de cuantos encontramos, que comprendan lo que vivimos con el propio corazón y puedan verificar la verdad o no de nuestro modo de vivir. Por eso, hasta los evangélicos quedan fascinados y nos siguen”.
El dialogo acaba y en pocos minutos estamos los tres en el avión. Unos comentarios conmovidos, la cena, un “Gloria al Padre” por el amigo y sacerdote Julián Carrón… y la tentativa de dormir. Cosa nada fácil para mí después de la conmoción vivida en estos días. Marcos y Cleuza se durmieron casi enseguida mientras para mí fue necesario el clásico somnífero. En el itinerario mire a los dos dormir mano en la mano. Una vez más me cruzó por la mente lo que siempre repite Cleuza: “para mí, Marcos es el manto de Cristo, y yo lo soy para él”. Esta vez lo he visto una vez más, despierto mientras ellos dormían a mi lado.
También en este gesto humano es evidente la misma experiencia que los mueve en la campaña política. El 3 de octubre, cualquiera sea el resultado nos encontraremos para brindar porque Cristo ha resucitado y está vivo en esta gran amistad en la cual el Tú de Cristo domina soberano. El “Gloria al Padre” por Carrón recitado unos minutos antes de que el avión saliera de la pista era para agradecer a aquel hombre a través del cual tenemos la conciencia que nos acompaña, "Yo soy Tú que me haces", sigue en cada instante despierta en nosotros.

P. Aldo

viernes, 3 de septiembre de 2010

“Morir cantando, quiero morir cantando…” (Editorial Jueves 2 de septiembre)

Carlos antes de morir entonó su último canto
La muerte llega de improviso, afirma el evangelio, como un ladrón. No envía un preaviso, si bien en la absoluta mayoría de los casos son evidentes los signos de su visita. En nuestra clínica, sin embargo, tiene una presencia continúa. Solamente en uno de los últimos días murieron cinco personas y entre ellos, sólo uno tenía más de cincuenta años. Los demás tenían, entre los treinta y los cuarenta años, cuatro eran víctimas del cáncer y el otro, de sida. La muerte convive conmigo las veinticuatro horas. Sin embargo, no me asusta. Porque su presencia me remite – y es algo maravilloso – al motivo último por el cual vale la pena vivir.
La veo caminar a mi lado en todos los cuartos de la clínica, en las camas donde lentamente se van apagando mis hijos, la veo en los corredores cuando escucho el ruido ya familiar de las pequeñas ruedas de la camilla que acompaña a la morgue al recién fallecido. No existe esquina o detalle que no me recuerde lo que dice Cesare Pavese: “vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.
¿Existe algo más bello que una compañía, la cual a cada momento te saca de la anestesia que fácilmente se adueña de nuestra vida? ¿Habrá un motivo más humano que una compañía que despierta la razón con sus grandes interrogantes y logra que a cada instante nos carguemos de Infinito? No existe aventura más humana que convivir con quien te permite vivir tenso hacia la eternidad.
Cuando estoy al lado de un moribundo, escucho su afanoso respiro que progresivamente disminuye de intensidad hasta acabarse, cuando veo al moribundo con la boca abierta, como en la pintura “El grito” de Munch, como para finalmente, permitir salir al alma del cuerpo. Cuando miro los ojos abiertos de par en par fijarse en lo ignoto, lo incognoscible, no puedo no ensimismarme con este hijo mío que está adelantándose para prepararme un lugar en el Paraíso.
 La última batalla de la vida, la decisiva, es durísima, también porqué de su éxito depende toda la vida, depende la eternidad. Y es bello ver como la mayoría absoluta de los que mueren han perdido todas las batallas de la vida, pero ganan la última y con ella la guerra. La muerte convive, parece la reina entre nosotros, sin embargo sale derrotada porque Cristo Eucaristía, el “Pantocrátor”, domina la clínica. Él mismo, acompaña a cada uno de los que mueren al Paraíso.
Mientras la batalla arrecia y la muerte parece prevalecer, es Cristo el protagonista que delante de un mínimo de conciencia del paciente que le permita decir “SI”, se apiada, le agarra de la mano y lo lleva consigo. La evidencia de este hecho es la cara sonriente del cadáver. Es impresionante ver como la piel antes arrugada, se vuelve joven, los labios antes tensos por el dolor, se transforman en sonrisa celestial.
“Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén”. Es el último artículo del Credo y el más olvidado hasta por los curas. Sin embargo ¿qué sentido tendrían los demás artículos sin el último? San Pablo nos lo recuerda en una de sus cartas: Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó, y nosotros seríamos los más necios del mundo al seguir una ilusión que no resuelve el problema de la muerte. Pero Cristo ha resucitado y nosotros también con Él. Por eso a lo largo de los siglos, la Iglesia siempre nos ha educado a una familiaridad con la muerte, aquella familiaridad que le permitió decir a San Francisco: “alabado sea mi Señor por nuestra hermana muerte corporal”. La experiencia de Francisco pasa a diario en la clínica. En seis años fallecieron más de setecientos personas, la mayoría de ellas jóvenes, después de un largo calvario.
Carlos, con un estilo de vida bohemio, de origen argentino, pasó su vida vagabundeando por todos lados, cantando, farreando, lejos de Dios. Y como a todos los que piensan que la vida es una farra, durante la cual se colecciona mujeres, se toma, se hace cualquier cosa, cuando les llega una enfermedad, la única compañía que queda es la soledad. Y así le tocó a Carlos que, traído a nuestra clínica por unas personas piadosas, se encontró solo delante de la muerte. Pero estando en nuestra compañía, es decir, la compañía de Cristo, conoció el cristianismo, lo encontró a Él.
El día, después de décadas de alejamiento de los sacramentos, en que pidió la confesión fue una fiesta para él y para todos. La muerte perdió su cara fea y se volvió deseable, como para un novio el momento en el cual después de muchas luchas, puede finalmente coronar su sueño de amor. Desde aquel día retomó la guitarra y, aunque carcomido por el cáncer, continuó tocando y cantando en la clínica hasta el último día, volviéndose la alegría de todos. Unos días antes de morir compuso una canción maravillosa, a través de la cual expresó toda su pasión por Cristo y la espera gozosa de encontrarlo. Música y palabras son suyas.
El título de su último canto describe la modalidad con la cual se preparó a morir y murió: “Morir cantando”

“Me envolvió la obscuridad, con su obscuro manto,
tuve una sensación de miedo que hizo temblar mis pasos
trate de alejarme y huir de sus manos,
pero una luz potente me arrebató en llanto.

Me salió al encuentro e iluminó mis años
volví a decir: Cristo, al de los ojos mansos,
sentí un amor distinto, al que abracé llorando,
después de la noche, sé que existe algo.

Morir cantando, quiero morir cantando,
Para encontrar a Cristo
quiero morir cantando.

Aquella obscuridad que yo temía tanto
Era una luz viva, era Dios cercano,
un encuentro amigo que me está donando
felicidad eterna, alegría y canto.

Ya estoy en la luz y, con Cristo, a salvo
Mi futuro, un presente que me está pasando.
No huyan de la muerte, no teman sus clavos
Teman perderse sólo sin Cristo, hermanos

Morir cantando, quiero morir cantando,
Para encontrar a Cristo
quiero morir cantando

Recuerdo el momento, unos días antes que muriera, cuando con un esfuerzo grande, poniendo todas sus energías quiso despedirse, regalándonos este canto que testimonia el cambio de su vida. Un cambio acontecido gracias al encuentro con Cristo, aquel Cristo que se había quedado en el fondo de su memoria, como un tesoro que esperaba que lo reconociera. Toda la clínica vibró de conmoción porque era evidente la victoria de Cristo.
Aquella misma conmoción que vivimos hace unos días cuando María, una mujer brasilera, sola, de origen Véneto, que antes de morir pronunciando el dulce nombre de Jesús, pidió un helado. “Deseo saborear un helado antes de morir”, nos dijo. Y mientras la enfermera se fue a comprarlo le pedí: “María dentro de unos momentos entrarás en el Paraíso. Te ruego de saludarme a Jesús, José y María y la Santísima Trinidad”. Y ella “Si, padre”. Una cosa del otro mundo, pero en este, que uno pueda despedirse de esta forma, cuando en la cotidianidad, hasta la palabra “muerte” está censurada. Llegó la enfermera, logró saborear un pedacito de helado, sus ojos ya listos para apagarse se iluminaron y pronunciando el dulce nombre de Jesús, se fue al cielo.
Su vida había sido una aventura dolorosa, como lo es la vida de todos quienes mueren en la clínica, pero el final ha sido glorioso. ¿Qué hay más bello que morir saboreando un helado y diciendo “¡Tú, oh Cristo Mío!”. Si, “¡Tú, oh Cristo!”, porque cuando uno llega aquí, no conoce normalmente a Jesús. Sin embargo, con el tiempo, gracias a la ternura del personal (todos sin excepción alguna sintiéndose abrazados por Cristo), la libertad de cada paciente advierte la urgencia de pronunciar hasta con las palabras “Tú, Oh Cristo mío”.
Es algo paradisíaco ver como cuando pronuncian el dulce nombre de Jesús, toda su personalidad vibra de conmoción hasta las lágrimas. No es que desaparezca el dolor o reduzcamos la dosis de morfina, sino que el nombre de Jesús, solamente con pronunciarlo, obra el milagro de devolver a cada uno la paz y la serenidad que el corazón anhela.
Amigos, es para mí una gracia indecible, ver todos los días la potencia del nombre de Jesús y advierto una pena grande en el corazón al ver cuanta tibieza hay en nosotros, cuán lejos estamos de lo que significa vibrar al sólo pronunciar el nombre santo de Jesús. Para mí, es una dulzura y una fortaleza única, desde el despertarme hasta el acostarme, afirmar continuamente “¡Tú, oh Cristo Mío!”, no sólo con el pensamiento sino con la boca. En esta conciencia de ser propiedad de Cristo, brota la libertad de aceptar mi dolor y el dolor de todos.
Mirando como mueren mis pacientes, con los ojos fijos en el Misterio, hacia arriba, hacia el Infinito, no puedo no sentir que esta es la única postura totalmente humana, porque el hombre está hecho para el Infinito. Recientemente me conmoví cuando Etsuro Sotoo, visitando nuestra clínica nueva, me dijo: “Padre, el cielo raso de cada habitación es importante que no sea blanco, sino como el cielo bellísimo del Paraguay, azul con unas líneas de nubes, para que el paciente cuando este por morir este boca arriba, mirando el cielo, signo de lo que es el Paraíso”.
Y es verdad, porque todos morimos de muerte natural, mirando hacia el Infinito y cuando el Infinito, que se ha hecho carne, es la vida de quien asiste al moribundo, el moribundo mismo sintiendo pronunciar “¡Tú, oh Cristo Mío!” cambiará su actitud, a veces llena de angustia, en una entrega total a Cristo y muere saboreando la paz de quien ha alcanzado la meta después de tanto navegar.
“Bajo el denso azul
del cielo un ave marina vuela;
nunca descansa, porque todas las imágenes llevan escrito:
más allá.”
¡Cómo son verdaderos estos suspiros dramáticos de Montale y qué intensidad de esperanza vibra al sólo sentirlos! Sin embargo, mis pacientes tocan con la mano ya, aquel “más allá” al cual todo remite

P. Aldo