En el último editorial hemos subrayado dos aspectos fundamentales los cuales el cristianismo no puede ignorar si quiere no perderse a sí mismo y ser útil al mundo, ofreciendo una vida cargada de esperanza y de certeza.
En primer lugar, hemos visto el contexto cultural en el cual estamos llamados a vivir la fe, un contexto resumido en manera muy clara en las palabras del escritor y poeta francés Charles Peguy: “un mundo sin Cristo después de Cristo”. La provocación del mismo filósofo de la muerte de Dios, Nietzsche, según el comentario de uno de los expertos máximos en el conocimiento de este gran filoso alemán, ha sido un desafío único para todos, cristianos o no, y por eso vale la pena reproponerlo porque, tercos como somos, arriesgamos seguir viviendo en las nubes:
“Nietzsche nos advertía que la muerte de Dios es perfectamente compatible con una religión burguesa. Él no pensó nunca que la religión tuviera que acabar. Cuando hablaba de la muerte de la religión, hablaba del fin de su capacidad de mover la mente, de despertar el Yo. No se trata de una religión como práctica, sino de su capacidad de despertar la esperanza. La religión se volvió un producto de consumo, una forma de entretenimiento, un consuelo para los débiles, una estación de servicio emotivo destinada a apagar algunas necesidades irracionales que la religión está en condiciones de satisfacer mejor que cualquier otra cosa. Aunque suene unilateral el diagnóstico, Nietzsche daba en el clavo”.
En segundo lugar, dentro de este contexto cultural descristianizado hemos subrayado, en particular con los escándalos vividos dentro de la misma Iglesia este año con la cuestión de la pedofilia, la urgencia de tomar en serio el reclamo del Santo Padre a la conversión. Benedicto XVI no perdió tiempo en análisis o simplemente en denunciar o en darle una solución al problema apretando la disciplina eclesiástica, sino que hizo un llamado a todos los cristianos a la conversión.
El Santo Padre, tanto en sus intervenciones a los sacerdotes al finalizar el Año Sacerdotal como a los miles de peregrinos reunidos con él en Fátima, hablóo claramente de que la causa de estos males es el pecado, una palabra tristemente desconocida incluso en muchos sectores de la Iglesia. Sin un compromiso con el reclamo del Santo Padre, el cual es el mismo de Jesús al comienzo de su vida pública “convertíos, (metanoeite)”, no existe salida de esta situación de pecado, origen de todos los escándalos, de todo el mal que vive dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
El del Papa es un reclamo a la conversión personal que se vuelve también conversión social, porque si el Yo de un hombre vive de Cristo es inevitable que todos los que rodean a este hombre se contagien por la belleza humana del mismo.
Pero, ¿qué significa conversión? La respuesta parece simple y fácil, sin embargo existe una confusión que la reduce o a moralismo o a espiritualismo. Y además para el pensamiento dominante de los cristianos el compromiso a la conversión está reducido o a un automatismo que no ve implicada la propia responsabilidad o a un esfuerzo moral como si la conversión dependiera solamente del hombre.
1.- El punto de partida de una autentica conversión es el reconocimiento gozoso de nuestros pecados, del mal que está dentro de nosotros y que coincide con la distracción, con el olvido de la naturaleza de nuestro corazón, que es la relación con el Misterio. El pecado consiste en al eliminación de la realidad como signo, en la división entre realidad y Misterio, razón por la cual la vida anda por su cuenta y a Dios lo dejamos descansar allá arriba.
“Si Dios existe, nada tiene que ver con la vida”, solía afirmar el filosofo Cornelio Fabro. Es la división entre la fe y la vida, lo sagrado y lo profano. Mientras la fe, si es fe, coincide con la vida y lo profano no existe porque todo es sagrado en cuanto que todo es relación con el Misterio. En nuestra experiencia cotidiana es bien visible la separación entre la fe y la vida, lo sagrado y lo profano.
“Padre, una cosa es mi postura en política, en lo económico, otra es con la fe”. “Padre, los asuntos profanos deben ser tratados como profanos; los asuntos religiosos como religiosos”. Es una esquizofrenia dominante en el mundo católico. De aquí la confusión hasta en la concepción de la propia vocación y responsabilidad de muchos pastores quienes han abandonado la propia misión para dedicarse al compromiso político, y con la ilusión de realizar el ideal de justicia han creado más confusión e injusticia.
2.- El impedimento a este reconocimiento gozoso de nuestros pecados es el escándalo que vivimos mirando el mal que alberga nuestro corazón. En lugar de vivir con el ánimo conmovido por el sentimiento y sentido de la vida, porque todo lo que acontece, también el pecado, es un reclamo al misterio y del Misterio. Por eso, no viviendo esta conmoción es como si fuéramos determinados, bloqueados por el pecado.
La gran irracionalidad en nuestra vida es la de vivir escandalizados por los límites, por los pecados. Es como si viviéramos olvidando que somos ontológicamente nada, unos pobrecitos, necesitados de la gracia, de alguien que se acuerde de nosotros, apiadándose. La conversión comienza a volverse experiencia cuando en lugar de escandalizarnos de nuestros pecados, miramos en ellos y en el dolor el camino normal para descubrir la verdad, el camino más directo a Cristo. Parece una contradicción. Sin embargo, es la verdad: lo que para nosotros es un escándalo, para Dios es el instrumento pedagógico a la verdad, al encuentro con Cristo.
Delante del mal que está dentro de cada uno y que nos rodea delante de tantos escándalos ¿cuál ha sido la estrategia propuesta por el Papa? La conversión
3.- ¿Qué es la conversión, a la cual el Papa sigue reclamándonos? Reconocer la verdad y la verdad ha sido bien sintetizada por las palabras del profeta Jeremías: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia teniendo piedad de tu nada”. No existe nada más original que este amor. Es la verdad primera a la cual mirar, amaneciendo, trabajando, en cada momento del día. Si no es así, vivimos defendiéndonos del compromiso al cual estamos llamados y que es la conversión.
Escribía monseñor Luigi Giussani, fundador del Movimiento Comunión y Liberación, cuando siendo un joven sacerdote y se encontraba enfermo, a un amigo suyo, también sacerdote, y que le pedía ayuda: “Esta noche estoy demasiado cansado y no logro responder en modo preciso a tu estado de ánimo, sin embargo yo percibo solamente que la substancia de la vida está en el amor, un amor infinito, enorme que se ha inclinado hacia mi nada, haciendo de esta nada un ser humano, un polvo finito que es la inteligencia y el corazón… volviéndolo infinito como Él” (Carta del 12 de diciembre de 1946)
Cualquiera sea el estado de ánimo o la situación que vivimos, nada puede parar este amor infinito, enorme que se ha inclinado sobre mi nada. La conversión es reconocer y permitir que este Amor eterno entre en mi vida. Polvo soy, sin embargo el Misterio se ha inclinado sobre mi nada.
No existe diversidad y distancia más grande que la existente entre la nada y el ser. No obstante, esta distancia ha sido eliminada por Cristo, por el amor de Cristo que abraza también mi traición, que no deja afuera nada de mi humanidad. Nuestra traición es la distracción. ¿Cuántas veces en un día pensamos en Jesús? ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos pensado en Él, lo hemos mirado a la cara?
Pensemos en lo que le pasó a Zaqueo, a la adúltera, a la samaritana, a Mateo. Con certeza aquella mirada que cambio su vida se volvió, por el resto de su vida, el punto decisivo, definitivo con el cual comparar todo, desde su modo de trabajar, relacionarse con la realidad. La gran verdad de la vida es que este hombre llamado Jesús se ha inclinado sobre la nada, mi nada, sobre nuestra traición. La conversión coincide con esta conmoción. Por eso es necesario una iniciativa personal porque el poder quiere adormecernos, anestesiarnos, impedirnos vivir con la conmoción de esta verdad.
No es automático quedarnos con la mirada de Zaqueo, de la adúltera, de la samaritana, de Mateo. Es necesario un movimiento personal, una responsabilidad que permita nuestro SI a este Acontecimiento presente de amor que se ha inclinado sobre mí no sea censurado u olvidado por una distracción, porque todo alrededor conspira para que el olvido se adueñe de mí, de nosotros.
La conversión está en responder a la preferencia que el Misterio vive con nosotros. Tomar una iniciativa personal significa reconocer esta preferencia cada momento.
P. Aldo
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