Todos los párrocos en estos días han recibido una carta del Ministro de Hacienda Dr. Dionisio Borda en la cual con orgullo y con hechos en la mano ostenta el desarrollo económico alcanzado por el Paraguay en el 2010. Hemos leído con interés y alegría el informe y nadie duda que el país económicamente está caminando, gracias a diferentes factores que no están a mi alcance profundizar.
Sin embargo nace espontáneamente una pregunta: ¿es suficiente un salto de calidad a nivel económico para afirmar (y enorgullecerse por esto), que el país está marchando bien, que sus habitantes en este momento son más felices que antes? ¿Acaso existe, o existía, una sociedad que logrando un nivel económico muy alto se haya despertado a la mañana más feliz, más enamorada de la vida?
Todos sabemos cuáles son las potencias económicas mundiales (también porque dominan el mundo, la mayoría de las veces sin escrúpulos, y a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo). Sin embargo los habitantes de estos países ¿son más felices que los demás que viven en situación de subdesarrollo o en la miseria?
Los países del norte europeo se han impuesto en el mundo moderno como modelo de desarrollo económico, político y “social”, pero ¿por qué son los que tienen los índices más altos de suicidios? Hace unos años un instituto europeo de estadísticas ponía a la vista de todos una cifra espantosa de la cantidad de suicidios por año en los países de esa zona: 50.000.
Bienvenido el desarrollo económico del Paraguay señor ministro, pero sería una ceguera enorgullecerse por esto cuando la mayoría absoluta de los jóvenes no saben porque han nacido, y hacia dónde van, o cuando aún la mayoría de nuestros hermanos no tienen garantizados sino formalmente los derechos más elementales para vivir, como el derecho a la salud, a una vida digna socialmente y a una adecuada educación.
Su informe es perfecto, pero hay muchos otros informes de ministerios, instituciones nacionales e internacionales que hablan de la real situación humana en la cual vive la mayoría de los paraguayos. Quizás valdría un poquito más de humildad en la lectura de lo acontecido, que de por sí da una visión muy reducida y no real de la situación general de nuestro país.
Sin embargo el señor ministro en la carta de presentación de su informe económico (no podemos dejar reconocer que el Dr. Borda haya sido el mejor ministro de Hacienda en estas décadas de democracia en nuestro país y sin duda el mejor del gobierno de Duarte Frutos y del actual) comienza con unas líneas que me han conmovido y de las cuales deseo expresarle toda mi gratitud, porque es difícil encontrar un ministro de Hacienda que nos provoque con unas preguntas existenciales, preguntas que nos obligan a entrar de inmediato en el corazón de cualquier cuestión.
Preguntas que cuestionan la esencia misma del ser humano, de su tejido ontológico. Preguntas que constituyen la estructura de la razón humana, porque la razón no existe sin estos interrogantes que hacen que “aquel nivel de la naturaleza en la cual la naturaleza toma conciencia de sí” se vuelva hombre. Bastarían algunas personas que tengan clara esta postura para dar esperanza no sólo a un país sino al mundo entero. Y lo interesante que el desafío que nos pone el ministro muchas veces no entra ni siquiera en la modalidad con la cual nuestra iglesia entiende la evangelización y sin embargo es el desafío que el hombre pone a la Iglesia y que convierte al cristianismo en un hecho interesante.
Escribe el ministro: “Comenzamos a transitar el año del en el que se conmemora el Bicentenario de la independencia patria. Es un tiempo para pensar DE DÓNDE VENIMOS, QUIÉNES SOMOS Y ADÓNDE VAMOS”.
Uno no puede no conmoverse leyendo estas provocaciones que, como diría Thomas Mann en el cuento “José y sus hermanos”, “forman el alfa y el omega, el principio y el fin de la existencia humana”.
La filosofía nace el día cuando aquel nivel de la naturaleza en el cual la naturaleza toma conciencia de sí se puso delante del Misterio de su existencia preguntándose “de dónde vengo, quién soy y hacia dónde voy”. No existen expresiones humanas, desde el arte en sus diferentes manifestaciones hasta el grito más banal del ser humano, que no sean la evidencia de estas preguntas y de la búsqueda de una respuesta.
“Frecuentemente cuando yo te miro/ tan muda estar en el desierto llano,/ que en su lejanía confina con el cielo,/ o bien con mi rebaño/ seguirme en mi camino lentamente/ y cuando miro en el cielo arder las estrellas,/ me digo pensativo:/ ’¿Para qué tantas luces?/ ¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda,/ infinita serenidad?¿Qué significa esta/ soledad inmensa? ¿Y yo, qué soy?’” (Canto de un Pastor errante de Asia)
Leopardi, uno de los genios de la poesía, no sólo italiana sino mundial, de esta manera expresaba el anhelo que define al corazón y al alama de cada hombre. Anhelo, curiosidad, deseo de comprenderse a sí mismo, comprendiendo el propio destino, y que son también los de Ortíz Guerrero en sus muchas poesías y en particular en la que más me encanta, “La amarga plegaria de unos labios en flor”, donde el poeta se pone con una intensidad dramática, a veces desesperada, delante de su situación de leproso que le empuja a huir de la vida, invitando a cuantos le son amigos a alejarse de él.
El genio humano vibra y nos hace vibrar porque vive cada momento desafiado por la realidad y la razón que despiertan continuamente la pregunta “¿Quién soy?”. Sin embargo vivimos en un mundo que censura estas preguntas inevitables. Toda la vida social está organizada para acallar estos interrogantes que son los únicos capaces de poner en marcha la vida de cada hombre
Bastaría mirar las páginas sociales de los diarios es este verano, bastaría pisar una playa para darnos cuenta del reino soberano de los tontos, de la idiotez, de quienes han sustituidos la razón con la parte delantera o trasera (las nalgas) o con las piernas. Escribe el poeta R. M. Rilke: “Y todo conspira para callar de nosotros, un poco como se calla, tal vez, una vergüenza, un poco como se calla una esperanza inefable”. En este contexto cultural y antropológico las provocaciones del ministro Borda son como un puñetazo en el estómago y al mismo tiempo una gracia porque nos obligan a ir a la profundidad de nuestro ser y tomar en serio nuestra humanidad, nuestro corazón con sus exigencias de felicidad, de amor, de belleza y de verdad, tomar en serio nuestra razón para responder a aquellos interrogantes inevitables y que no podemos censurar por mucho tiempo sin acabar con la vida.
“¿De dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos?”. Son las preguntas fundamentales de la vida y por eso será un delito reducirlas a la genética, a la raza, a la nacionalidad o a una tierra prometida donde la economía o el progreso se encuentren al alcance de todos. Y es el riesgo que el ministro Borda corre si su preocupación no es ante todo ontológica, sino antropológica y económica. Sin embargo le agradecemos y seguiremos, con nuestros editoriales y artículos, profundizando este desafío.
P. Aldo