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viernes, 28 de enero de 2011

El desarrollo económico sin la certeza clara del “quid” último por el cual vale la pena vivir es inhumano

Todos los párrocos en estos días han recibido una carta del Ministro de Hacienda Dr. Dionisio Borda en la cual con orgullo y con hechos en la mano ostenta el desarrollo económico alcanzado por el Paraguay en el 2010. Hemos leído con interés y alegría el informe y nadie duda que el país económicamente está caminando, gracias a diferentes factores que no están a mi alcance profundizar.
Sin embargo nace espontáneamente una pregunta: ¿es suficiente un salto de calidad a nivel económico para afirmar (y enorgullecerse por esto), que el país está marchando bien, que sus habitantes en este momento son más felices que antes? ¿Acaso existe, o existía, una sociedad que logrando un nivel económico muy alto se haya despertado a la mañana más feliz, más enamorada de la vida?
Todos sabemos cuáles son las potencias económicas mundiales (también porque dominan el mundo, la mayoría de las veces sin escrúpulos, y a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo). Sin embargo los habitantes de estos países ¿son más felices que los demás que viven en situación de subdesarrollo o en la miseria?
Los países del norte europeo se han impuesto en el mundo moderno como modelo de desarrollo económico, político y “social”, pero ¿por qué son los que tienen los índices más altos de suicidios? Hace unos años un instituto europeo de estadísticas ponía a la vista de todos una cifra espantosa de la cantidad de suicidios por año en los países de esa zona: 50.000.
Bienvenido el desarrollo económico del Paraguay señor ministro, pero sería una ceguera enorgullecerse por esto cuando la mayoría absoluta de los jóvenes no saben porque han nacido, y hacia dónde van, o cuando aún la mayoría de nuestros hermanos no tienen garantizados sino formalmente los derechos más elementales para vivir, como el derecho a la salud, a una vida digna socialmente y a una adecuada educación.
Su informe es perfecto, pero hay muchos otros informes de ministerios, instituciones nacionales e internacionales que hablan de la real situación humana en la cual vive la mayoría de los paraguayos. Quizás valdría un poquito más de humildad en la lectura de lo acontecido, que de por sí da una visión muy reducida y no real de la situación general de nuestro país.
Sin embargo el señor ministro en la carta de presentación de su informe económico (no podemos dejar reconocer que el Dr. Borda haya sido el mejor ministro de Hacienda en estas décadas de democracia en nuestro país y sin duda el mejor del gobierno de Duarte Frutos y del actual) comienza con unas líneas que me han conmovido y de las cuales deseo expresarle toda mi gratitud, porque es difícil encontrar un ministro de Hacienda que nos provoque con unas preguntas existenciales, preguntas que nos obligan a entrar de inmediato en el corazón de cualquier cuestión.
Preguntas que cuestionan la esencia misma del ser humano, de su tejido ontológico. Preguntas que constituyen la estructura de la razón humana, porque la razón no existe sin estos interrogantes  que hacen que “aquel nivel de la naturaleza en la cual la naturaleza toma conciencia de sí” se vuelva hombre. Bastarían algunas personas que tengan clara esta postura para dar esperanza no sólo a un país sino al mundo entero. Y lo interesante que el desafío que nos pone el ministro muchas veces no entra ni siquiera en la modalidad con la cual nuestra iglesia entiende la evangelización y sin embargo es el desafío que el hombre pone a la Iglesia y que convierte al cristianismo en un hecho interesante.
Escribe el ministro: “Comenzamos a transitar el año del en el que se conmemora el Bicentenario de la independencia patria. Es un tiempo para pensar DE DÓNDE VENIMOS, QUIÉNES SOMOS Y ADÓNDE VAMOS”.
Uno no puede no conmoverse leyendo estas provocaciones que, como diría Thomas Mann en el cuento “José y sus hermanos”, “forman el alfa y el omega, el principio y el fin de la existencia humana”.
La filosofía nace el día cuando aquel nivel de la naturaleza en el cual la naturaleza toma conciencia de sí se puso delante del Misterio de su existencia preguntándose “de dónde vengo, quién soy y hacia dónde voy”. No existen expresiones humanas, desde el arte en sus diferentes manifestaciones hasta el grito más banal del ser humano, que no sean la evidencia de estas preguntas y de la búsqueda de una respuesta.
“Frecuentemente cuando yo te miro/ tan muda estar en el desierto llano,/ que en su lejanía confina con el cielo,/ o bien con mi rebaño/ seguirme en mi camino lentamente/ y cuando miro en el cielo arder las estrellas,/ me digo pensativo:/ ’¿Para qué tantas luces?/ ¿Qué hace el aire sin fin, y esa profunda,/ infinita serenidad?¿Qué significa esta/ soledad inmensa? ¿Y yo, qué soy?’” (Canto de un Pastor errante de Asia)
Leopardi, uno de los genios de la poesía, no sólo italiana sino mundial, de esta manera expresaba el anhelo que define al corazón y al alama de cada hombre. Anhelo, curiosidad, deseo de comprenderse a sí mismo, comprendiendo el propio destino, y que son también los de Ortíz Guerrero en sus muchas poesías y en particular en la que más me encanta, “La amarga plegaria de unos labios en flor”, donde el poeta se pone con una intensidad dramática, a veces desesperada, delante de su situación de leproso que le empuja a huir de la vida, invitando a cuantos le son amigos a alejarse de él.
El genio humano vibra y nos hace vibrar porque vive cada momento desafiado por la realidad y la razón que despiertan continuamente la pregunta “¿Quién soy?”. Sin embargo vivimos en un mundo que censura estas preguntas inevitables. Toda la vida social está organizada para acallar estos interrogantes que son los únicos capaces de poner en marcha la vida de cada hombre
Bastaría mirar las páginas sociales de los diarios es este verano, bastaría pisar una playa para darnos cuenta del reino soberano de los tontos, de la idiotez, de quienes han sustituidos la razón con la parte delantera o trasera (las nalgas) o con las piernas. Escribe el poeta R. M. Rilke: “Y todo conspira para callar de nosotros, un poco como se calla,  tal vez, una vergüenza, un poco como se calla una esperanza inefable”.  En este contexto cultural y antropológico las provocaciones del ministro Borda son como un puñetazo en el estómago y al mismo tiempo una gracia porque nos obligan a ir a la profundidad de nuestro ser y tomar en serio nuestra humanidad, nuestro corazón con sus exigencias de felicidad, de amor, de belleza y de verdad, tomar en serio nuestra razón para responder a aquellos interrogantes inevitables y que no podemos censurar por mucho tiempo sin acabar con la vida.
“¿De dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos?”. Son las preguntas fundamentales de la vida y por eso será un delito reducirlas a la genética, a la raza, a la nacionalidad o a una tierra prometida donde la economía o el progreso se encuentren al alcance de todos. Y es el riesgo que el ministro Borda corre si su preocupación no es ante todo ontológica, sino antropológica y económica. Sin embargo le agradecemos y seguiremos, con nuestros editoriales y artículos, profundizando este desafío.
 P. Aldo

viernes, 21 de enero de 2011

Dios se vale de nuestros temperamentos y carácter

Dios nos da una oportunidad regalándonos un año más. La oportunidad de tomar una iniciativa nueva con la propia vida. Y ¿cuál es esta iniciativa nueva? La de ubicar en el centro de nuestra atención, de nuestras relaciones, de nuestro trabajo, al  “Yo”, a la propia humanidad.
En el 2010 hemos tocado muchas veces este tema y sin embargo es como si ni siquiera hubiéramos percibido de qué se trata. En lugar de una nueva simpatía por la propia persona, por la realidad, ha crecido el yuyo de la antipatía, del olvido o del rechazo de la propia humanidad y del lugar donde crece lo que es la realidad. Sería suficiente mirar (y escuchar) cuando hablamos, o cuando nos encontramos para darnos cuenta que el Yo no existe.
Hablamos de todo, siempre en tercera persona y raras veces uno percibe que alguien ponga en juego su propio Yo. Y no porque diga continuamente “Yo”, “Yo”, como los porteños, sino porque se percibe que en el modo de enfrentar la realidad hay una extrañeza, hay una ausencia de conciencia, de responsabilidad.
Se ve enseguida cuando una persona vive apasionada por la propia humanidad y cuando es extraña a la misma. Y son las consecuencias las que lo testimonian. En el primer caso hay una unidad del yo que se manifiesta en todos los detalles, una capacidad de responsabilidad que abre, valora, un dinamismo incansable y una alegría llena de creatividad. Este tipo humano es un protagonista de la propia historia y de la de la propia humanidad.
 El otro vive desubicado, dominado por el miedo, el límite, la incapacidad de arriesgar, de no asumir su responsabilidad, pasivo, nunca protagonista y siempre espectador, triste, adicto al lamento, al chisme, al celo, a la envidia. Vive en constante confrontación con los demás, sufriendo de un malestar continuo, de complejos, comenzando con la ausencia de la autoestima llegando a cualquier forma de depresión o enfermedad psicológica, como la anorexia o la bulimia. Es una personalidad castrada, descontenta de sí misma y siempre sujeta, como las olas del mar, a la ley del sube y baja. El escándalo de sí mismo y de los demás lo define.
Por eso es urgente relanzar la iniciativa personal para conocer y amar nuestra humanidad. En este contexto quiero subrayar dos puntos: el límite ontológico de cada uno como factor positivo y el temperamento como elemento constitutivo de la personalidad.
1- El límite humano. El hombre es un límite, como cualquier ser creado, por eso vive en el tiempo y en el espacio. Un límite ontológico, porque es creatura y porque es hijo de Adán y Eva, es decir, heredero de aquella culpa original por la cual perdimos la inmortalidad, la capacidad de hacer el bien, la posibilidad de relacionarnos en modo humano uno con el otro y con la realidad. Antes del pecado original el hombre era creatura perfecta, participaba de la perfección divina, por eso no conocía la división consigo mismo, ni con la propia pareja, ni con sus hijos, ni con el cosmos. No conocía tampoco el dolor y por consiguiente la muerte. Vivía feliz, como nos relata el Génesis, en el Edén y cada atardecer Dios bajaba al jardín para dialogar con su creatura hecha a su imagen y semejanza. La creación misma no sólo era amiga del hombre, sino su hábitat, creado por Dios mismo para que pudiese (el hombre) disfrutar de la belleza de la vida. Dios lo había creado, por amor, a su imagen y semejanza, varón y mujer.
Sin embargo, Dios exigió, una vez creado el hombre, que hubiese en él un acto de libertad: ReconocerLe como constitutivo y origen de la propia vida o rechazarlo, independizándose de Él. El amor, cualquier gesto de amor,  exige la libertad. Uno no ama al otro si éste le ata a sí con una piola. Y fue en este momento, cuando tuvieron que decidir si vivir como creatura o afirmar la propia autonomía, afirmando la propia independencia, que decidieron romper con el Creador, bajo la sugerencia del diablo.
El éxito de esta ruptura del hombre de Dios fue terrible: la esquizofrenia del “Yo”, “se dieron cuenta que estaban desnudos”, es decir la fractura de la unidad entre sentimiento y razón. Por eso se escondieron de los ojos de Dios, “porque estaban desnudos y tuvieron vergüenza”. La relación se volvió pretensión e institintividad. La consecuencia de esta división del Yo, fruto de la ruptura con Dios, trajo consigo otras divisiones, otros límites, como la división de la pareja: Adán que culpó a Eva de lo acontecido; la división de la familia: Caín que mata a Abel; la división de la sociedad: la torre de Babel y la confusión de los idiomas, es decir, la incapacidad de relacionamiento entre las personas.
Y por último, el castigo severo: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”…el dolor y la muerte. Desde aquel día la condición del hombre cambió radicalmente: de ser inmortal pasó a ser mortal. Y esta es la única razón por la cual vino Cristo. En el Pregón Pascual del Sábado Santo cantamos: “Dichosa la culpa de Adán que nos mereció un Salvador tan grande”.
Entonces no es posible encontrar a Cristo sin reconocer que cada uno es limitado y por eso necesitado de Él. Si no fuésemos un límite, Cristo no se hubiese hecho carne. Por eso la peor ofensa a Jesús es la de escandalizarnos de los propios límites. Escándalo que se manifiesta en el sentido de culpa, en la falta de autoestima, en las diferentes formas de angustias, en la bulimia, en la anorexia, en el comer sin medida, en la borrachera, en la drogadicción, etc.
Además vivimos en un mundo donde los límites son rechazados y reemplazado por el éxito, el suceso, la carrera, el culto del cuerpo, la afirmación orgullosa de uno mismo. Por ejemplo, los discapacitados o cuanto no corresponden a las reglas del éxito y de la estética moderna, son tildados de seres humanos inferiores, también si no lo afirmamos públicamente. En las relaciones nos sacamos en cara los defectos, los límites, sin ver lo positivo en uno u otro. Cuan normal es escuchar a cada rato “es bueno, pero…”, olvidando que aquel “pero” tiene que acabarse, porque el hombre es estructuralmente un límite…sin embargo este límite, reconocido, es el único camino a Cristo.
2- El temperamento. A menudo escuchamos: “fulano tiene un temperamento insoportable, es malo, su modo de relacionase es horroroso, etc.”. Mientras se exalta a los tontos: “él sí que es bueno, muy atento, cariñoso, te habla bien” … y, a veces, por detrás es como una víbora, un chismoso, uno que te pone los cuernos. Hay miles de personas que lo único que les importa es ser aduladas, mimadas, acariciadas, y después que el marido, o la esposa, les ponga los cuernos es un hecho de poco valor. Lo importante es la adulación: “mi amor, mi reina, mi, mi, etc…” Dios mío, cuantos tontos hay en este mundo.
El temperamento forma parte de la personalidad, no se puede cambiar, ni sustituir. Dios mismo nos ha hecho de esta forma y se sirve de esta forma para realizar sus planes, cumplir su voluntad en el mundo. Imaginemos que el P. Aldo fuera lo que a toda la gente le agrada: dormido, afeminado, cariñoso epidérmicamente, caluroso, kaigue, todo sonrisas….ciertamente no hubiera servido a Dios para hacer lo que hace. Por el contrario se sirvió y se sirve de un temperamento argel, nervioso, bruto, aparentemente frío, gritón, a veces que ni siquiera saluda, y a menudo cuando pierde la paciencia, la pierde en serio y quienes no lo conocen se asustan, etc. O imaginemos que todos fuéramos como los que viven tomando tereré en la oficina o en la vereda, estaríamos aún con el charco en la parroquia.
Cada temperamento es un don y no una desgracia, y Dios se sirve del caracol para una cosa y del huracán para otra.
La que fundó el movimiento de los Focolares no era ciertamente Giussani, ni Giussani era Kiko Argüello, ni Kiko Argüello era Josemaría Escrivá. Sin embargo Dios se sirvió de estos diferentes caracteres y temperamentos para donar a su Iglesia los carismas que conocemos y son la primavera de la Iglesia. Lo mismo Juan Pablo II no era Benedicto XVI, y sin embargo ambos han sido, y son, una gracia única en la guía de la Iglesia.
Por eso ¿cuándo acabaremos con aquel moralismo que, como el kupi’i, modificó nuestro ADN y que usa el temperamento para juzgar a una persona como buena o mala? ¿cuándo gozaremos por la diversidad de los temperamentos? Basta con la hipocresía farisaica de quien parte del temperamento para condenar a una persona.
Imagínense que en lugar de María a la cabeza del Policonsultorio de la Parroquia San Rafael estuvieran ciertas personas que, como los fariseos, pretenden ser atendidos cuando y como se les antoja y, quizás, con la alfombra: el Policonsultorio sería un quilombo. Hasta en la conducción de una familia o de una obra es necesario tanto el temperamento fuerte como el cariñoso. El hecho que en nuestro país son las mujeres quienes, en forma casi exclusiva, manejan la familia o las instituciones, evidencia el porqué muchos hombres son kuña’i. “Mi mamita, mi papito, mi nenito, etc.” ¿Dónde está la virilidad, el conductor, el que lleva la barca, el “que lleva los pantalones”? Por eso tenemos un gran número de afeminados, de kuña’i. La cultura “gay” es prospera en este terreno.
Amigos, el temperamento es una gracia y, personalmente, como estoy agradecido por las personas cariñosas, con temperamento calmo (pero no demasiado porque el perezoso es insoportable), también estoy agradecido por el don de los temperamentos fuertes, duros, argeles, que sin miedo dicen pan al pan y vino al vino. No olvidemos que el poeta Dante, en su Divina Comedia, no coloca a los perezosos ni en el Paraíso ni en el Infierno porque tanto Dios como el demonio no los aguantan. Es también lo que dice el Apocalipsis: “Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
Mejor uno que explota como un volcán que aquellas cenizas que por debajo esconden las brasas que queman. El temperamento puede ser moldeado por la gracia  divina, como ocurrió con San Francisco de Sales, pero no sustituido o reducido.
P. Aldo

¿“Médicos” u hombres?

Ciencia y Caridad - Pablo Picasso

Cuando hace una década enseñaba en la Facultad de Medicina de Villarrica, el primer día de clase provocaba a mis estudiantes con esta pregunta: “¿Cuál es la condición para ser un médico?”. Las respuestas que los alumnos me daban eran muy diferentes, sin embargo nadie lograba enfocar el corazón del problema: “Ser inteligente; poseer una óptima memoria; estudiar mucho; tener el deseo de servir a los demás; ser útiles al país; desarrollar la profesión en el campo a favor de los pobres; etc.”. Todos buenos sentimientos y cualidades, óptimos deseos que después en la vida de médico se quedan como recuerdos de juventud, sustituidos, en la mayoría, por la ansiedad de ganar dinero, del éxito, de la carrera.
Entonces tomaba la palabra y les decía: “Chicos la cuestión está a otro nivel, la respuesta a la pregunta es mucho más profunda. La condición para ser médicos es la misma que se necesita para cualquier otra profesión y también es la cuestión fundamental a la cual está finalizado el mismo trabajo, el mantener una familia: el ser hombres”.
Todos me miraron sorprendidos y, la mayoría, sin entender lo que decía. Y fue así que dándome cuenta de la ausencia total de la conciencia del porqué habían elegido la carrera con tanta paciencia andaba, día tras día, explicándoles que para construir una casa no se parte del techo o de la decoración, sino de los cimientos. Y los cimientos, los fundamentos de la vida, consisten en la conciencia clara que uno tiene del propio destino, del sentido último de la propia vida.
¿Cómo podría caminar un hombre que no tiene clara la meta? ¿Cómo podría un ser humano comprometerse seriamente con la realidad si no conoce su significado último, el “quid” por el cual vale la pena vivir? Entonces ¿qué sentido tendría la carrera de médico si no existe la conciencia clara del porqué de la vida?
La carrera, la profesión, son el éxito de un hombre comprometido con la propia humanidad, con el propio Yo y por eso además de sentirlo solidario con todos los Yo del mundo, percibe la urgencia de encontrar aquel Misterio que es el único que puede explicar y dar un sentido a la vida. Misterio que en nuestra tradición se define con la palabra “Dios”. La condición para ser médico exige, entonces, antes que nada una seriedad con la propia humanidad, condición para vivir apasionado por la humanidad de los demás. Porque es tu humanidad la que necesita reconocer que el Yo es un “Tú que me haces” y como tu Yo el mío y el de los demás.
Uno es médico-ité solamente cuando es un hombre-ité, solamente cuando reconoce que la consistencia de sí es Otro: “Yo soy Tú que me haces”. Un médico que no reconoce esta verdad ontológica normalmente arriesga reducirse a un carnicero, porque es incapaz de amar a los demás en cuanto no se ama a sí mismo.
En estos días tuve dos experiencias muy tristes con unos “médicos cínicos”, que viven más preocupados  por la plata y la carrera que por el mismo arte que profesan. Un enfermo de cáncer tenía una cita, en un sanatorio del Estado, para su quimioterapia. El pobrecito, un humilde campesino, para poder llegar al hospital, y por la necesidad, tuvo que vender todas las gallinas que tenía. Grande fue la sorpresa cuando, llegando al nosocomio, se encontró con que el médico encargado, y con el cual tenía cita, se había ido de vacaciones sin ni siquiera avisarle. El humilde campesino se quedó destrozado y por unos días vagabundeó por la ciudad, cerca del sanatorio en condiciones inhumanas y sin nada para vivir; hasta que encontró una doctora-ité, una de aquellos profesionales para quienes Cristo es todo y en Cristo el prójimo, que lo atendió.
El segundo ejemplo lo saco de mi relación con los enfermos de Sida, a quienes tenemos que llevar, a veces, por necesidad junto a algunos médicos o cirujanos que, con miles de excusas, rechazan atenderlos o dan una cita y después no aparecen. Hace unos días llevamos, en compañía de un fisioterapeuta, a una enferma de Sida, para realizar su tratamiento, a un lugar especializado para estos casos. Sorpresa: el médico que tenía que atenderla no estaba. Dejo a los lectores imaginar la reacción justa del fisioterapeuta que, por amor a la paciente, había dejado atrás sus otros compromisos. Y ¡cuántos  son los casos de este tipo!
Sería suficiente entrar a algunos nosocomios públicos para ver el quilombo que reina: desorden, suciedad, distracción, médicos y enfermeros que chismean, que atienden cuando y como se les antoja, etc.
Una cosa, sin embargo, me consuela: el cambio radical en manera positiva del sanatorio Lacimet. Evidentemente ahí no hay un político o un chupamedias del gobierno o de los politiqueros, sino un hombre que ejerce la medicina.
¡Qué tristeza ver en este verano a miles de pobres sin poder ser atendidos, en particular ancianos, moribundos y niños! Me pregunto ¿Será posible que no tengamos corazón? ¿Será posible que sólo los poderosos o ricos tengan derecho a la salud?
Sin embargo, no todos los médicos tienen esta postura inhumana. Unos ejemplos. Un día, en nuestra clínica, vi a una doctora,  que atendía a un enfermo de Sida, con unas partes del cuerpo podridas y llenas de gusanos. Me acerqué a la cama de este humilde y pobre hombre para ver el trabajo de la doctora, que con infinita paciencia y ternura le  sacaba de una oreja y de los genitales cientos de gusanos. Me quedé sin respirar, pero conmovido y pregunté: “¿Doctora dónde encontrás esta fortaleza, llena de cariño, para sacarle a este hijo de Dios, y hermano nuestro, todos estos gusanos sin sentir náuseas o rechazo?”. Ella, con su sonrisa de siempre, me respondió: “Padre este hombre es Jesús. Yo no saco los bichos a un cualquiera sino a Jesús”. El paciente que escuchaba, de repente abrió los ojos y dijo: “Sí, porque yo soy Jesús”.
“Padre continuó diciéndome la doctora , cuando sus pobres necesiten, no importa la hora ni el día, si me llaman yo corro enseguida, porque estoy siempre disponible”. Otra doctora con un corazón grande y que trabaja aquí con nosotros, no hay caso que quiera cobrar su servicio, porque para ella sería cobrarle a Cristo. Y con un amor impresionante cuida a todos los niños que albergamos en las diferentes casitas y en el colegio. Un médico que atendía en nuestro sanatorio un día lo encontré de rodillas delante de un paciente. ¡Qué espectáculo la conciencia de este profesional que con su postura expresaba claramente que aquel hombre enfermo era Cristo!
Uno no puede evitar preguntarse el porqué estos profesionales tienen esta postura, llena de gratuidad, como los 20 médicos voluntarios que atienden, cada semana, a los necesitados en el Policonsultorio de la Parroquia. Y yendo al fondo de la pregunta se descubre que son hombres-ité, son Karai, y lo son porque viven enamorados de Cristo.
Sólo un médico enamorado de Cristo es médico. Sólo un médico que reconoce ser relación con el Infinito, con el Misterio, es médico. Es decir uno que cura, uno que da una esperanza al hombre, acompañándolo hasta su destino final. Los demás que no tienen esta postura podrán haberse recibido en Harvard o en alguna de las mejores universidades del mundo, pero no son médicos porque no son humanos y con el avance tecnológico podrían ser reemplazados, en el tiempo, con robots. Ya en un Sanatorio italiano vi, cuando fui, semanas atrás, a Italia, a un robot realizar unas funciones que antes correspondían a los enfermeros.
El médico es el hombre que, teniendo la mirada fija en el Misterio, mira y trata el misterio que es el hombre como cuando Dios creándonos mira y trata a cada uno. No es serio, no es racional elegir la carrera de médico en particular sin una postura religiosa auténtica. Ningún Nobel de Medicina logra ni lograría los resultados que cada día vemos en nuestra clínica, donde los pacientes terminales mueren en paz y algunos incluso cantando o ejecutando la guitarra, sin esa postura.
Bernardo era un enfermo terminal grave con un cáncer en la mejilla que le había carcomido esa parte de la cara. Cada día recibía la comunión, pero llegó el punto que no pudo más, porque la hostia le salía por el agujero de la mejilla. Sin embargo, Bernardo tocó la guitarra en la misa hasta unos días antes de morir.
Una amiga brasilera, Cleuza, que vino con su marido, el diputado Marcos Zerbini, y que vio a este hombre ya próximo a morir tocando la guitarra durante la misa dijo: “Desafío a cualquier Nobel de Medicina a documentarme si este milagro es fruto de la ciencia o de una pertenencia al Misterio que constituye el tejido humano del Yo. No hay capacidad humana, no hay médico que pueda dar el gusto de vivir tan intensamente y en aquellas condiciones a un paciente terminal si no fuera por Cristo en quien Bernardo cree firmemente. Un Cristo hecho carne en los médicos, enfermeros, y otras personas que con su entrega le testimonian su Presencia ahora”.
El drama de la salud en nuestro país y en el mundo no es ante todo económico, sino la falta de médicos que sean hombres y no cínicos títeres entregados al poder del dinero o del éxito. Y además ¿cuál éxito, si no existe ser humano que no muera?
El médico cura solamente si es hombre, es decir conciencia de ser relación con el Misterio, porque curar no es postergar la muerte durante 10, 20 o 30 años, sino comunicar a quien sufre, y todos sufrimos, el significa último de la vida, la belleza del propio destino.
La medicina, como cualquier ciencia, necesita ser manejada por hombres cuya razón de vivir sea el Infinito. De lo contrario se vuelve un instrumento del orgullo humano que, como pasa en nuestro país, no es capaz ni siquiera de salvar a los niños de morir por diarreas, o una madre durante el parto o por una infección hospitalaria, etc.
“Médico cúrate a ti mismo” nos recuerda Jesús, y que es como decir “acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” y que tu razón de vivir es la de colaborar con Dios para que el hombre que encuentras, y es una necesidad como tú, pueda encontrar su destino final.
P. Aldo

viernes, 7 de enero de 2011

Sólo con Cristo, Cronos se volvió amigo del hombre

Mientras el mundo en modo frenético despedía el 2010, ya en un momento vuelto “viejo” y moribundo, la Iglesia con su milenaria sabiduría nos propone en la Santa Misa de fin de año el Prologo del evangelio de San Juan: “En el  principio existía la Palabra y la palabra era Dios…”. Al mundo, para el cual todo tiene fecha de vencimiento, el cristianismo contrapone la verdad ontológica del cosmos por la cual todo es un eterno comienzo, un eterno presente.
Cronos vencido por el Amor,
Venus y La Esperanza - Simon Vouet
La creación no está destinada a desaparecer en la nada, más bien San Pedro nos recuerda que habrán cielos nuevos y tierras nuevas. Es decir, que el cosmos, el cual gime los dolores del parto esperando la resurrección de los Hijos de Dios,  no sólo no cse acabara, sino que conocerá, un nuevo modo de ser, para nosotros desconocido.
¡Qué diferencia vivir con la certeza de un “por siempre” a la del engaño de fin de todo! En el primer caso, la vida se llena de dinamismo, de gusto, de alegría, de creatividad. En el segundo caso inevitablemente será la desesperación en manos del poder dominante la que nos defina, volviéndonos cínicos, títeres destinados a desaparecer en la nada.
¿Qué sería la vida si la realidad tuviera la misma suerte de la mercadería que se vende en los supermercados donde cada producto lleva bien visible su fecha de vencimiento? ¿Qué serían las relaciones humanas ti todas llevaran la fecha de vencimiento?  Todo sería terriblemente absurdo y la muerte sería la única solución. Sin embargo, también si la cultura nihilista de hoy está totalmente empapada de esta negatividad, asumida como criterio de la vida de las relaciones humanas (divorcio, eliminación y sustitución del matrimonio heterosexual monogámico, homosexualidad, etc.) el corazón del hombre, ese puntito rojo que late, bien representado por Matisse en su “Ícaro”, grita potentemente que no es así, que el hombre está hecho por el Infinito, que una vida, que una relación con fecha de vencimiento es absurda además de inútil.
Cuando el filosofo existencialista francés Gabriel Marcel, afirmaba que “amar significa decir al otro: tú no morirás”, quería expresar la evidencia de la exigencia más elemental, más originaria que el Infinito mismo ha impreso en el corazón de cada ser humano que nace. Y si somos sinceros ¿quién de nosotros en su primer amor, cuando se enamoró por primera vez de un(a) chico(a), no le ha dicho, no le ha jurado: “Te amaré para siempre. Seré tuyo(a) por siempre”. Y ¿quién en un ímpetu de gran pasión no ha firmado una carta a su enamorado(a) dibujando dos corazoncitos traspasados por una flecha y debajo de la firma el “Tuyo por siempre”?
Estas tres palabritas, un adjetivo, una preposición y un adverbio, contienen la esencia misma del Yo, creado para un destino eterno.  Sin embargo hasta cuando el “Verbum”, que era desde el inicio y que tunca tuvo inicio, se hizo carne, el tiempo fue sólo el enemigo más grande, el único gran enemigo del hombre, el que tenía como fin acabar con todo y con todos. Por eso los griegos lo representaban, el tiempo, con un mito al cual dieron el nombre de Cronos.
Cronos, según la mitología devoraba a sus hijos. Solamente Zeus fue salvado de la boca de Cronos (Rhea, la Tierra, madre de Zeus, lo escondió en un sitio para animales domésticos y envolvió una piedra en una manta del bebé.  Ella puso la piedra en la cuna, y Cronos se comió la piedra en lugar de Zeus). Se dice que cuando Zeus se rebelo contra Cronos, volviéndose así la suprema divinidad, el anciano dios fue vencido por el Amor, la Alegría y la Esperanza . Para el pensamiento griego el tiempo marcaba la gran injusticia de la vida, del cosmos.
En este contexto se aparece un día un Arcángel a una chica que con su SI cambio la concepción inhumana que está en contraposición del corazón,  del tiempo y del espacio (no ha sido una casualidad que la Iglesia celebre al comienzo del mes la Virgen Theotokos, madre de Dios). No más Cronos quien se devora a sus hijos, sino Cronos junto con el Topos, el espacio, en el cual lo que era desde el Principio se hizo carne y sigue presente.
Desde aquel SI el tiempo se volvió amigo del hombre y en compañía del espacio dieron origen a lo que llamamos la historia humana. No más el nihilismo coactivo y desesperado de antes sino el comienzo de la civilización. No más el hombre arrastrado por Cronos en la tormenta del espacio hasta desaparecer en la nada, sino el hombre como protagonista de la historia. No más el Tiempo (Cronos) como el padre que devora a sus hijos, sino como la condición, el amigo que permite al hombre experimentar de un lado la verdad de su camino hacia la eternidad con toda la carga de positividad que esta certeza conlleva, y del otro, la gracia de experimentar en la paciencia del tiempo que transcurre, la misericordia divina.
 La historia, la gran historia del hombre, después del fracaso inicial  el pecado original  comienza con la Encarnación del Hijo de Dios. Desde aquel día la historia, es decir, el tiempo y el espacio, se ha vuelto el lugar donde la libertad de Dios, deseosa de encontrar la libertad humana, y la libertad humana, deseosa de reconocer en el Misterio la propia consistencia, encontrándose forman aquel lugar de certeza y esperanza que es la Iglesia. Es decir, la contemporaneidad de Cristo, lugar en el cual no sólo nadie se pierde, sino que todos viven continuamente redimidos, salvados.
Hasta mis pecados, ahora que Cronos ha sido redimido, habiéndolo el Verbo asumido como modalidad para entrar en el espacio, no sólo no son más motivo por el cual el tiempo que pasa sería un enemigo, sino que gracias a mis pecados el tiempo es el lugar de la misericordia divina. Y este es el motivo por el cual en la Iglesia el año no comienza el primero de enero sino con Adviento, es decir, con el latido del corazón que busca “el eterno infante” y termina con la fiesta de Cristo Rey, el Pentacreator, el Señor de todas las cosas.
El tiempo en la Iglesia es el recorrido de la creación que encuentra en la redención la nueva creación y sigue en su camino hacia la Parusía cuando Cristo será todo en todos. Un camino, como el de Jesús, el Verbo hecho carne, donde el sacrificio, la cruz, son parte integrante para llegar a la Resurrección. Dolor y sufrimiento que si para los griegos y todos los pueblos eran inexplicables y formaban parte de la voracidad rabiosa de Cronos, para los que reconocieron y reconocen a Cristo no son solamente un “castigo” producto del pecado original, sino una gracia en cuanto participación de los sufrimientos de Cristo para su cuerpo que es la Iglesia.
En esta perspectiva se comprende porque la Iglesia al final del año solar, el 31 de diciembre, propone el “Te Deum laudamus. Te Dominum confitemur”, porque es consciente que cualquier circunstancia o detalle que haya sido vivido por el hombre en los 365 días del año ha sido una posibilidad para reconocer la buena voluntad del Padre, quien incluso mediante la situación más incomprensible a la razón, como el dolor, la enfermedad, el dolor inocente, muestra en su Hijo, la predilección que tiene por cada hombre.
Viviendo día tras día con el dolor, que muchas veces se vuelve insoportable, la lentitud del tiempo que nunca pasa, se vuelve para mí cada vez más claro que no existe circunstancia, por más “fea” o “irracional” que sea, que  no esté dentro de un diseño más grande y bueno, comprensible solamente mirando a la cruz de su Hijo.
Ha comenzado para el mundo un nuevo año y Dios quiera que sea la oportunidad para encontrar aquel Hombre que haciéndose carne dio consistencia al tiempo y el espacio, es decir, a la historia de cada uno, porque si no fuera así Cronos se volvería a comer a sus hijos, a nosotros, y la vida, con su inexorable fecha de vencimiento nos llevaría a la desesperación. Cristo vino para sacar esta fecha de vencimiento y poder decir a todo el cosmos, pero en particular a la autoconciencia del cosmos que es el hombre “Tú no morirás”.
¡Qué diferencia entre volver a casa a la tardecita, abrazar a tu esposa (o), tu novia (o), tus padres, con la certeza que “no morirá” y volver  con la desesperación que todo y todos acabaran en la nada! Deseo a cada uno esta mirada llena de ternura, esta certeza que llena la vida de gozo y el andar humano lleno de significado: “Tú no morirás”. Cristo ha vencido a Cronos y Cronos se ha vuelto con el Espacio, factor constitutivo  de la historia de la salvación, de tu historia personal donde tu libertad encontrando la de dios se vuelve protagonista, autoconciencia del cosmos. “Yo soy Tú que me haces”.
P. Aldo

jueves, 6 de enero de 2011

TE DEUM

Cantaré eternamente Tu misericordia, oh Señor”.
Mirando este año que me ha sido donado, como todos los 64 años que ya pertenecen a mi historia, una historia llena de miserias, de fragilidades y de gracia, estas palabras del salmista me salen, casi como un sollozo de alegría, de mi corazón.
 Cuando me ordenaron sacerdote, mirando mi debilidad, mi rebeldía, mi incapacidad intelectual, puse en la estampita, recuerdo, la frase de San Francisco de Asís: “Acéptame como soy y hazme como quieres”.
Cundo cumplí 25 años de sacerdocio hace casi 15 años, dejé a los amigos como recuerdo: “Cantaré eternamente Tu misericordia, Señor”.
¡Qué hay más conmovedor, más humano, al final de cada año, como de cada día, reconocer que la misericordia del Señor no sólo es eterna, sino que forma la arzón misma de mi ser, de mi existir! ¡Qué hay más bello al final de este año, lleno de fragilidades, de miserias, que poder reconocer como San Pablo “Donde abundo el pecado, sobreabundo la gracia”! ¡Qué gracia, Dios mío, reconocer que soy pecador, reconocer que Te hiciste, Dios mío, hombre gracias a mis pecados; reconocer que si yo hubiera sido un ser coherente, perfecto, honesto, bueno, cargado de valores, Vos, oh Dios mío, no te hubieras hecho carne para mí y para mis hermanos pecadores!
¡Qué asombro, Señor, verte bajar del cielo y tomar mi carne, mi sangre, mis pecados, para mostrarme cuánto soy yo pecador a tus ojos, cuán grande es Tu estima por mí, porque yo soy Tuyo, como nos recuerda el profeta Isaías! ¡Qué dolor Oh Jesús, me provocan aquellos hombres que para eliminarte de la propia historia, se afanan en construir sistemas perfectos  para anular Tu presencia en el mundo de los pecadores!
¡Qué angustia, oh Jesús, pruebo en el día a día, mis hermanos, incluso sacerdotes como yo, preocupados de proponer una moral, una ética, un compromiso social, convencidos que este es el cristianismo, olvidando que el cristianismo sos Tú, oh Jesús, presente hoy entre y con nosotros!
¿Por qué, oh Jesús, tenemos vergüenza de Ti, la Iglesia tiene vergüenza de Ti? ¿Por qué, oh Jesús, no tomamos en serio las retiradas palabras del Santo Padre que invitan a la conversión, conversión que significa decir ¡Tú oh Cristo mío”?
¿Por qué, como hemos escuchado en estos días de boca de quien “gobierna” este país, no reconocemos que ya no estamos en el Antigua Testamento esperando al Mesías, el mundo nuevo, sino que el mundo nuevo es un hecho, un Presente? ¿Por qué no reconocer Tu Presencia que actúa hoy en la Iglesia, casta meretriz, en los rasgos de miles y miles de personas que son el signo vivo de Tu Presencia?
La cristiandad no es algo que comience ahora, como ideológicamente afirma una cierta teología de la liberación de nuestro país porque finalmente ha alcanzado el poder, sino que desde hace 2000 años es un Hecho Presente.
El niño no debe nacer, ha nacido, nace cada momento en la santidad de quien te reconoce, oh Cristo, como la razón última de la vida, el fin último de la existencia.
Por eso en este final de año mi corazón y la de muchos amigos, los amigos de Jesús, como define el Papa a los cristianos, queremos agradecerte porque a causa de nuestros pecados Te hiciste carne por mí y por cada hombre.
 Oh Jesús, te ruego para que se acabe en mí y en todos el escándalo por nuestras miserias, se cabe en nosotros la manía de los valores, el orgullo de ser los primeros de la clase y de ser los protagonistas, sin Ti, de la utopía de un mundo mejor.
Oh Jesús, te ruego para que Tu gracia me ilumine, nos ilumine para tomar conciencia que el ideal por el cual vivir no es la coherencia sino la pertenencia a Ti, como un niño pertenece a sus padres y de esta manera crece feliz.
Este año ha sido grande porque grande ha sido la experiencia de Tu infinita misericordia que en la confesión semanal o más veces en la semana, se hizo palpable, visible, llenándome de gozo.
Señor “Yo no soy digno que Tú entres en mi casa, basta una palabra tuya y mi alma será curada”.
Por eso las palabras que más me conmueven durante este año han sido las del sacerdote que a menudo trazando sobre mí la señal de la cruz me decía: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”. “Te Deum laudámus: te Dóminum confitémur… In te, Dómine, sperávi: non confúndar in ætérnum”.
P. Aldo

El prodigio que todos esperamos

La vocación de San Mateo - Caravaggio
“Toda mi vida siempre ha sido atravesada por un hilo conductor, éste: el cristianismo nos da alegría, ensancha nuestros horizontes. En definitiva, una vida vivida siempre y sólo “en contra de” sería insoportable» (Luz del Mundo, p. 27). 
Estas palabras de Benedicto XVI nos lanzan un desafío: ¿qué significa ser cristianos hoy? Seguir creyendo simplemente por tradición, costumbre o devoción, refugiándose en un caparazón,  no está a la altura del desafío. Del mismo modo, reaccionar con fuerza y ponerse en contra para recuperar el terreno perdido es insuficiente, el Papa dice incluso que es “insoportable”.
Uno y otro camino retirarse del mundo o ponerse en contra  no son capaces, en última instancia, de suscitar un interés por el cristianismo, porque ninguno de los dos respeta lo que será siempre el canon del anuncio cristiano: el Evangelio.
Jesús se puso en el mundo con una capacidad de atracción que fascinó a los hombres de su tiempo. Como dice Péguy: “Él no perdió sus años lamentándose e interpelando la maldad de los tiempos. El cortó por lo sano... haciendo el cristianismo.” Cristo introdujo en la historia una presencia humana tan fascinante que cualquiera que la encontrara tenía que tomarla en consideración. Para rechazarlo o para aceptarla. Él no dejó a nadie indiferente.
Hoy nos encontramos frente a  una “crisis de la humanidad”, que se manifiesta como cansancio y falta de interés en la realidad y que involucra a todas los ámbitos que tienen que ver con la vida de las personas.
Es realmente una desgracia para todos que las personas no se pongan en juego con su razón y su libertad. Y justamente en este momento la Iglesia tiene ante sí una aventura fascinante,  la misma de los orígenes: testimoniar que existe algo capaz de volver a despertarnos y  suscitar en nosotros un interés verdadero.
“También mi corazón espera, / viendo la luz y la vida, / otro milagro de la primavera.” Todos nosotros, como el poeta Antonio Machado, esperamos el milagro de la primavera, en el cual veamos cumplirse nuestra vida. Y si alguien dice, incluso con el poeta, que es un sueño, ¿por qué lo esperamos? Porque esta espera nos constituye en lo íntimo, como nos dice Benedicto XVI: “El hombre aspira a una alegría sin fin, quiere gozar más allá de todo límite, anhela el infinito” (Luz del Mundo, p. 95).
Pero el hombre puede decaer, el mundo puede tratar de debilitar este deseo de infinito minimizándolo; puede incluso burlarse, ofreciéndole algo que atrae por algún tiempo pero que no dura, y que finalmente, lo deja más insatisfecho y escéptico. Ahora bien, la prueba de la verdad de lo que fascina y despierta interés es que debe durar. Pero hasta las cosas más hermosas  lo vemos cuando se ama a una persona o cuando se comienza un nuevo trabajo - decaen. El problema de la vida, entonces, es si existe algo que dura.
El cristianismo tiene la pretensión - porque su origen no es humano, aún cuando puede verse en los rostros de los hombres que lo encontraron- de llevar consigo la única respuesta que puede de durar en el tiempo y la eternidad. Pero un cristianismo reducido no está en condiciones de hacerlo. Sabemos por experiencia que existe un modo abstracto de hablar de la fe que no despierta la más mínima curiosidad.
Si el cristianismo no es respetado en su naturaleza así como apareció en la historia, no puede echar raíces en el corazón. El cristianismo siempre se puso frente al deseo del corazón, y no puede librarse de él: es Cristo mismo quien se somete a esta prueba. El aspecto fascinante es que Dios, despojándose de su poder, se hizo hombre para respetar la dignidad y la libertad de cada uno.
Al encarnarse es como si le hubiera dicho al hombre: “Fíjate si viviendo en contacto conmigo, encuentras algo interesante que vuelve tu vida más plena, más grande, más feliz. Lo que tú no eres capaz de lograr con tu esfuerzo, lo puedes obtener si me sigues.” Así fue desde el principio.
Cuando los dos primeros discípulos preguntan: “¿Dónde vives?”, Él responde: “Vengan y verán”. Su simplicidad es desarmante. Dios se confía al juicio de los dos primeros que lo encuentran. El hombre no puede dejar de comparar continuamente lo que sucede con sus necesidades básicas. Alguno podría objetar que en la época de Jesús se veían los milagros pero que hoy no es más el momento de los prodigios.
No es así, porque esta experiencia sigue teniendo lugar como el primer día, cuando encuentras personas que despiertan en ti un interés y un atractivo tales que te obligan a hacer las cuentas con lo que te sucedió.
Como dice el Papa: “Dios no se impone. [...] Su existencia se manifiesta en un encuentro  que penetra en la íntima profundidad del hombre” (Luz del Mundo , p. 240).
Hace algunos años un amigo mío se fue a El Cairo a estudiar árabe. Conoció a un profesor musulmán. El encuentro podría haberse desarrollado de acuerdo con los estereotipos de uno y otro. Pero sucedió algo inesperado: se hicieron amigos. El musulmán le preguntó a mi amigo por qué él era cristiano, y éste lo invitó a Italia, donde conoció el Meeting de Rimini. Arrastrado por el encuentro con una realidad humana diferente, quiso realizar el Meeting de El Cairo, involucrando a muchos jóvenes egipcios, musulmanes y cristianos.
Recientemente, en Moscú, conocí a personas que hasta hace poco no tenían nada que ver con la fe. La descubrieron encontrado algunos cristianos que les despertaron curiosidad. Algunos estaban bautizados en la Iglesia Ortodoxa y se interesaron en el cristianismo cosa que no habían hecho antes- gracias a los amigos que vivían con intensidad y plenitud.
No son historias del pasado sino algo que está sucediendo ahora, en el presente.
En su reciente visita a España, Benedicto XVI invitó a un diálogo entre el laicismo y la fe. ¿Y cómo lo hizo? Indicando una presencia, un testigo, Gaudí, que con La Sagrada Familia “fue capaz de crear […] un espacio de belleza, de fe y esperanza que conduce al hombre al encuentro con Aquél que es la Verdad y la Belleza misma.” El Papa ha desafiado a todos volviendo contemporánea la mirada de Cristo e indicando la presencia nueva que Él introduce en la vida: cualquiera puede interesarse en ella o rechazarla. Cuando Benedicto XVI nos llama a la conversión nos está diciendo que para testimoniar a Cristo, para hacernos “transparencia de Cristo para el mundo”, debemos recorrer un camino humano hasta descubrir la pertinencia de la fe a las exigencias de nuestra vida. No sé si algún católico puede sentirse excluido de la llamada del Papa. Yo no.
Julián Carrón