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jueves, 6 de enero de 2011

NAVIDAD 2010: Dios se ha hecho compañía al hombre

Natividad - William Congdon
Para nosotros Dios no es un hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del “big bang”.
Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios.
En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla.
 (Benedicto XVI)
 “Juan y Andrés tenían fe, porque tenían certeza de una Presencia que experimentaban: cuando estaban allí sentados en su casa, al atardecer, mirándolo hablar tenían la certeza de una Presencia, la experiencia de algo excepcional, de lo divino en una presencia humana. En lugar de Él con los cabellos agitados por el viento, en lugar de verlo hablar moviendo los labios, ahora se te acerca con nuestras presencias, que somos como la piel frágil, frágiles máscaras de algo potente que está dentro, que es Él”.
(Luigi Giussani)
¡Qué vibración suscitan para los sencillos de corazón las palabras llenas de asombro y maravilla del Papa y de monseñor Luigi Giussani, el fundador del Movimiento eclesial Comunión y Liberación! Una vibración tanto más grande hoy día cuando el cristianismo arriesga ser reducido a discurso, a nominalismo, a una vaga religiosidad, a una ética, a un compromiso social o a una fuga de la realidad.
Unos días atrás un joven sacerdote de una congregación religiosa presente en Paraguay, lleno de dolor y tristeza me decía: “Padre, ¿hacia dónde va nuestra Iglesia; qué pasa con sus pastores que abandonan su sacerdocio o su congregación religiosa para dedicarse a la política; qué es de este pueblo siempre más solo, abandonado, sin guías firmes y claros que le indiquen el camino, que lo escuchen, que comportan la desesperanza que vive llenándoles de certezas y confianza? Padre, yo quiero irme del Paraguay porque sufro demasiado escuchando de parte de mis feligreses los lamentos de un pueblo que se siente abandonado”.
Padre, le conteste, no se trata de escandalizarnos y huir del país, porque también para ti, como para mí, puede pasar el perder la cabeza por la carrera, por la ilusión de ser nosotros quienes salvaremos al mundo o por cualquier forma de idolatría. Además, si los que aún creemos que el cristianismo es un Acontecimiento, nos escapáramos, este pueblo perdería hasta la lucecita de la fe. No podemos olvidar el cuento del dialogo entre Abraham y los tres enviados por Dios a Sodoma y Gomorra para destruir esas dos ciudades. Dios hubiera salvado aquel pueblo si hubieran existido diez personas justas. Es decir, diez hombres conscientes de ser relación con el Misterio, ciertos que el propio yo es un “Tú que me haces”.
Ahora bien, a mí me parece que en nuestro país hay no diez sino miles de cristianos, de pecadores auténticos para los cuales el cristianismo es la compañía humana de Dios al hombre. Pensemos, por ejemplo, en la Casa Divina Providencia “San Riccardo Pampuri” de la parroquia san Rafael en Asunción, donde los enfermos terminales que sufren, entregan su dolor a Cristo y mueren con la sonrisa en la boca; en las Casitas de Belén de la misma parroquia, donde los niños que experimentaron ya desde pequeños el abandono y la violencia de parte de quienes los pusieron en el mundo, o de las casitas san Joaquín y santa Ana donde los ancianos solos, abandonados o recogidos por la policía, encuentran alivio y solidaridad gracias  a la ternura del Misterio que los alcanza mediante los rasgos humanos de quienes comparten su vida con ellos, como también en los movimientos eclesiales que están floreciendo, conduciendo a nuestro país hacia una nueva primavera..
Sólo el cristianismo, vivido como encuentro, como una Presencia hoy, como un Acontecimiento, puede devolver la esperanza al hombre. Por eso la primera urgencia delante de Dios que se ha hecho compañía al hombre es la conversión. Conversión que no coincide con un  con una propuesta ética, ecológica, ambiental, etc., Sino con el descubrimiento de que cada uno es un deseo, un anhelo de Infinito. La conversión acontece cuando la libertad humana, ensimismándose con el Salmo 63 (62) grita a voz en cuello: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por Ti madrugo. Mi alma esta sedienta de Ti; mi carne tiene ansia de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”, y con el Salmo 139 (138): “Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable.¡Qué maravillosas son tus obras!”.
¡Qué clase de conciencia de sí mismo y del cosmos como relación con el Infinito tenía el salmista! Qué clase de dramaticidad, de deseo ardía en el corazón del genio humano que, como pocos en la historia supo expresar con esta interioridad la verdad del corazón humano. Genialidad que se ha vuelto posibilidad para todos en Belén, aquel día, en aquella gruta donde una bella chica con tan sólo 15 años dio al mundo el Hijo de Dios, la respuesta al deseo, a los anhelos de felicidad, de amor, de belleza, de justicia, de verdad, de bondad, que cada hombre tiene consigo desde el momento de nacer.
La conversión alcanza sólo al hombre comprometido conscientemente con el propio deseo último, con aquella pasión que le empuja a caminar buscando el Infinito, la tierra sin el mal (como para los indios Guaraníes), porque Dios se hizo compañía solamente para responder a esta sed y hambre de Infinito. Las palabras del Papa: “… Dios no es un hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del “big bang”. Dios se ha manifestado e Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla” en este momento de la historia del mundo y del Paraguay, eliminan, cualquier posibilidad de confusión en la concepción equivocada que tenemos del cristianismo.
En este sentido decía al joven cura desmoralizado: En la vida cristiana es esencial mirar al Papa y aquellos pastores que están en comunión afectiva y efectiva  con el Santo Padre. Es decir al testimonio que con su vida y magisterio nos da de lo que es el cristianismo. Entonces, si también la mayoría absoluta de las Iglesias particulares del mundo proporcionaran algo que no corresponde a lo que nuestro corazón, síntesis de sentimiento y razón, que busca lo que el Santo Padre propone, no sólo no tenemos ningún deber de seguirlas sino de ser nosotros testigos, en carne propia, de la verdad que el papa, los santos pastores y los santos laicos nos proponen. No olvidemos que la Iglesia casta meretrix, es una compañía de pecadores, de santos”.
El cristianismo es reconocer que Dios se ha hecho compañía al hombre y la conversión está como para Juan y Andrés, como nos recuerda Giussani, en el reconocimiento lleno de curiosidad: “Maestro, ¿dónde vives?”, de Su voz que responde: “Vengan y vean”. Fue en aquel momento que la compañía de Dios al hombre se hizo visible, concreta, palpable, hasta el punto que muchas décadas después, siendo ya viejo, Juan recordaría hasta la hora de aquel encuentro que cambio su vida: “Eran las 4 de la tarde”. Y no sólo esto, sino que en su carta a los primeros cristianos dirá: “lo que hemos visto, oído, tocado… el verbo de la vida, esto os anunciamos”.
Estamos lejos de la reducción del cristianismo a discurso, a denuncias, a ética o compromiso social sin Cristo que caracteriza a muchas realidades eclesiales y pastorales.. “Juan y Andrés tenían fe, porque tenían certeza de una Presencia que experimentaban: cuando estaban allí sentados en su casa, al atardecer, mirándolo hablar tenían la certeza de una Presencia, la experiencia de algo excepcional, de lo divino en una presencia humana. En lugar de Él con los cabellos agitados por el viento, en lugar de verlo hablar moviendo los labios, ahora se te acerca con nuestras presencias, que somos como la piel frágil, frágiles máscaras de algo potente que está dentro, que es Él”.
¿De qué serviría lo que aconteció hace 2000 años sino me sucediera a mí, a cada uno de los que vinimos después? Si Cristo no fuera contemporáneo, no fuera posible encontrarlo hoy, vibrar hoy, como aquel día cuando Juan y Andrés lo encontraron, ¿qué podría interesar al hombre moderno? Si aquella mirada que cambió la vida de Zaqueo, de la samaritana, de la adultera, de Mateo, si aquella ternura con la cual aquel hombre habló a la viuda de Naim o a Marta, la hermana de Lázaro, no fuera posible experimentarla hoy, ¿cómo podría un hombre culto de hoy creer que aquel hombre era Hijo de Dios y, por consiguiente, una Presencia encontrable hoy?
El cristianismo no sería interesante si fuese una doctrina, una ética. Para eso hubiera sido suficiente la filosofía, los Diez Mandamientos, los preceptos morales de las diferentes religiones. Sin embargo, el cristianismo es interesante hoy, es deseado, buscado, necesitado por el hombre de hoy porque sigue siendo un hecho vivo, una presencia, un hombre del cual uno puede enamorarse y, enamorándose, experimentar el cambio de su vida, una intensidad humana en el vivir, en el relacionamiento que ninguna ética o esfuerzo humano podría garantizar.
El cristianismo es poder decir hoy “Tú oh Cristo mío”, es poder tocarle, palparle, verle, abrazarle, con la misma ternura e intensidad de la Magdalena cuando intento lanzarse sobre aquel hombre que se le apareció en el amanecer de la Pascua en aquel huerto donde estaba el sepulcro. Un ímpetu de amor fruto del hecho que ella, yo, vos, hemos sido antes elegidos, perdonados, abrazados por Él. Esta Presencia física de Cristo se llama Iglesia, y en cada lugar aquella unidad que tiene su origen en el bautismo, entre los que Lo reconocen como el Resucitado.
No sólo esto, sino que esta contemporaneidad es visible, con la misma intensidad de la cual habla monseñor Giussani refiriéndose a Andrés y Juan, en los rasgos de los testigos que viven entre nosotros.
Los testigos son aquellas personas que reconociéndolo Presente nos comunican una pasión, una intensidad de vida, una claridad del sentido de la vida que despierta en nosotros el deseo de seguirlos. Son aquellos que están sintonizados con lo que nuestro corazón desea, lo que más nos corresponde por la fascinación que transpira de su personalidad, porque son la evidencia del Resucitado.
Y no se trata de coherencia ética, no se trata de personas sin defectos, sin errores, más bien de pecadores como Zaqueo, como la adultera, como Pablo, como Pedro, como los millones de santos sin la “S” y con la “S” que encontramos a lo largo de los dos mil años de historia de la Iglesia, pecadores que se dejaron y se siguen dejando atrapar por la mirada de Jesús. Son aquellas personas, por ejemplo, que viven día y noche en la clínica Casa Divina Providencia “San Riccardo Pampuri”, o en las Casitas de Belén,  o en las casitas de ancianos, o los mismos enfermos terminales, los abuelitos que me esperan cada día con el rosario entre los dedos, rezando y besándome las manos en el momento de darles mi saludo diario.
Yo mismo encontré a Cristo aquel día cuando unos chicos delante de mi postura ideológica, similar a la de “Lugo y compañeros curas”, me provocaron diciéndome en una perdida ciudad del Sur de Italia: “Profesor, no es con las huelgas que cambia el mundo, el mundo cambia si cambia su corazón y su corazón cambia si se deja abrazar, amar por Cristo”. Aquellos chiquilines fueron para mí lo que Jesús había sido para Juan y Andrés, hasta el punto que desde aquel día no deje de mirarlos y ahora mismo aquel encuentro, aquel día, aquella aula, aquel tono de voz, sigue vivo en mi mente y en mi corazón.
Después, como para los apóstoles, se sucedieron miles de otros encuentros hasta llegar al Paraguay y en particular toque con la mano, palpe con mis dedos, vi con mis ojos, escuche con mis oídos lo que el Misterio, mediante este burro y en compañía de otros amigos, los amigos de Jesús, quiso actuar para mostrarnos su Presencia, su contemporaneidad al hombre de hoy. No existe persona que llegando a san Rafael no diga: “pero… aquí se ve, se siente, se vibra de la Presencia de Cristo”. Si hasta el amigo Humberto Rubín, el hombre más inteligente de nuestra prensa,  llegando aquí y después de haber visitado el sanatorio para enfermos terminales de sida y cáncer dijo: “Si lo que vi es Dios, también yo puedo creer en Él”, entonces es imposible no reconocer Su Presencia hoy, su victoria sobre el mal de hoy, siempre que uno tenga la inteligencia, la sencillez de Humberto.
Dios existe, yo lo he encontrado”, afirma el marxista ateoAndré Frossard después de su conversión, acontecida mirando por curiosidad rezar a unos monjes en un monasterio, mirando la intensidad de mirada que expresaban sus ojos contemplando las palabras de los Salmos, mirando como hacían la señal de la cruz. El método es siempre el mismo desde hace 2000 años, desde los pastores en Belén hasta hoy: es el método del encuentro con un rostro humano en el cual es evidente la presencia del Misterio . Y la victoria de Cristo sobre el mal, el mundo, es evidente en los santos, en aquellos pecadores transfigurados por Él y que nos corresponden por su humanidad.
P. Aldo

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