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viernes, 21 de enero de 2011

¿“Médicos” u hombres?

Ciencia y Caridad - Pablo Picasso

Cuando hace una década enseñaba en la Facultad de Medicina de Villarrica, el primer día de clase provocaba a mis estudiantes con esta pregunta: “¿Cuál es la condición para ser un médico?”. Las respuestas que los alumnos me daban eran muy diferentes, sin embargo nadie lograba enfocar el corazón del problema: “Ser inteligente; poseer una óptima memoria; estudiar mucho; tener el deseo de servir a los demás; ser útiles al país; desarrollar la profesión en el campo a favor de los pobres; etc.”. Todos buenos sentimientos y cualidades, óptimos deseos que después en la vida de médico se quedan como recuerdos de juventud, sustituidos, en la mayoría, por la ansiedad de ganar dinero, del éxito, de la carrera.
Entonces tomaba la palabra y les decía: “Chicos la cuestión está a otro nivel, la respuesta a la pregunta es mucho más profunda. La condición para ser médicos es la misma que se necesita para cualquier otra profesión y también es la cuestión fundamental a la cual está finalizado el mismo trabajo, el mantener una familia: el ser hombres”.
Todos me miraron sorprendidos y, la mayoría, sin entender lo que decía. Y fue así que dándome cuenta de la ausencia total de la conciencia del porqué habían elegido la carrera con tanta paciencia andaba, día tras día, explicándoles que para construir una casa no se parte del techo o de la decoración, sino de los cimientos. Y los cimientos, los fundamentos de la vida, consisten en la conciencia clara que uno tiene del propio destino, del sentido último de la propia vida.
¿Cómo podría caminar un hombre que no tiene clara la meta? ¿Cómo podría un ser humano comprometerse seriamente con la realidad si no conoce su significado último, el “quid” por el cual vale la pena vivir? Entonces ¿qué sentido tendría la carrera de médico si no existe la conciencia clara del porqué de la vida?
La carrera, la profesión, son el éxito de un hombre comprometido con la propia humanidad, con el propio Yo y por eso además de sentirlo solidario con todos los Yo del mundo, percibe la urgencia de encontrar aquel Misterio que es el único que puede explicar y dar un sentido a la vida. Misterio que en nuestra tradición se define con la palabra “Dios”. La condición para ser médico exige, entonces, antes que nada una seriedad con la propia humanidad, condición para vivir apasionado por la humanidad de los demás. Porque es tu humanidad la que necesita reconocer que el Yo es un “Tú que me haces” y como tu Yo el mío y el de los demás.
Uno es médico-ité solamente cuando es un hombre-ité, solamente cuando reconoce que la consistencia de sí es Otro: “Yo soy Tú que me haces”. Un médico que no reconoce esta verdad ontológica normalmente arriesga reducirse a un carnicero, porque es incapaz de amar a los demás en cuanto no se ama a sí mismo.
En estos días tuve dos experiencias muy tristes con unos “médicos cínicos”, que viven más preocupados  por la plata y la carrera que por el mismo arte que profesan. Un enfermo de cáncer tenía una cita, en un sanatorio del Estado, para su quimioterapia. El pobrecito, un humilde campesino, para poder llegar al hospital, y por la necesidad, tuvo que vender todas las gallinas que tenía. Grande fue la sorpresa cuando, llegando al nosocomio, se encontró con que el médico encargado, y con el cual tenía cita, se había ido de vacaciones sin ni siquiera avisarle. El humilde campesino se quedó destrozado y por unos días vagabundeó por la ciudad, cerca del sanatorio en condiciones inhumanas y sin nada para vivir; hasta que encontró una doctora-ité, una de aquellos profesionales para quienes Cristo es todo y en Cristo el prójimo, que lo atendió.
El segundo ejemplo lo saco de mi relación con los enfermos de Sida, a quienes tenemos que llevar, a veces, por necesidad junto a algunos médicos o cirujanos que, con miles de excusas, rechazan atenderlos o dan una cita y después no aparecen. Hace unos días llevamos, en compañía de un fisioterapeuta, a una enferma de Sida, para realizar su tratamiento, a un lugar especializado para estos casos. Sorpresa: el médico que tenía que atenderla no estaba. Dejo a los lectores imaginar la reacción justa del fisioterapeuta que, por amor a la paciente, había dejado atrás sus otros compromisos. Y ¡cuántos  son los casos de este tipo!
Sería suficiente entrar a algunos nosocomios públicos para ver el quilombo que reina: desorden, suciedad, distracción, médicos y enfermeros que chismean, que atienden cuando y como se les antoja, etc.
Una cosa, sin embargo, me consuela: el cambio radical en manera positiva del sanatorio Lacimet. Evidentemente ahí no hay un político o un chupamedias del gobierno o de los politiqueros, sino un hombre que ejerce la medicina.
¡Qué tristeza ver en este verano a miles de pobres sin poder ser atendidos, en particular ancianos, moribundos y niños! Me pregunto ¿Será posible que no tengamos corazón? ¿Será posible que sólo los poderosos o ricos tengan derecho a la salud?
Sin embargo, no todos los médicos tienen esta postura inhumana. Unos ejemplos. Un día, en nuestra clínica, vi a una doctora,  que atendía a un enfermo de Sida, con unas partes del cuerpo podridas y llenas de gusanos. Me acerqué a la cama de este humilde y pobre hombre para ver el trabajo de la doctora, que con infinita paciencia y ternura le  sacaba de una oreja y de los genitales cientos de gusanos. Me quedé sin respirar, pero conmovido y pregunté: “¿Doctora dónde encontrás esta fortaleza, llena de cariño, para sacarle a este hijo de Dios, y hermano nuestro, todos estos gusanos sin sentir náuseas o rechazo?”. Ella, con su sonrisa de siempre, me respondió: “Padre este hombre es Jesús. Yo no saco los bichos a un cualquiera sino a Jesús”. El paciente que escuchaba, de repente abrió los ojos y dijo: “Sí, porque yo soy Jesús”.
“Padre continuó diciéndome la doctora , cuando sus pobres necesiten, no importa la hora ni el día, si me llaman yo corro enseguida, porque estoy siempre disponible”. Otra doctora con un corazón grande y que trabaja aquí con nosotros, no hay caso que quiera cobrar su servicio, porque para ella sería cobrarle a Cristo. Y con un amor impresionante cuida a todos los niños que albergamos en las diferentes casitas y en el colegio. Un médico que atendía en nuestro sanatorio un día lo encontré de rodillas delante de un paciente. ¡Qué espectáculo la conciencia de este profesional que con su postura expresaba claramente que aquel hombre enfermo era Cristo!
Uno no puede evitar preguntarse el porqué estos profesionales tienen esta postura, llena de gratuidad, como los 20 médicos voluntarios que atienden, cada semana, a los necesitados en el Policonsultorio de la Parroquia. Y yendo al fondo de la pregunta se descubre que son hombres-ité, son Karai, y lo son porque viven enamorados de Cristo.
Sólo un médico enamorado de Cristo es médico. Sólo un médico que reconoce ser relación con el Infinito, con el Misterio, es médico. Es decir uno que cura, uno que da una esperanza al hombre, acompañándolo hasta su destino final. Los demás que no tienen esta postura podrán haberse recibido en Harvard o en alguna de las mejores universidades del mundo, pero no son médicos porque no son humanos y con el avance tecnológico podrían ser reemplazados, en el tiempo, con robots. Ya en un Sanatorio italiano vi, cuando fui, semanas atrás, a Italia, a un robot realizar unas funciones que antes correspondían a los enfermeros.
El médico es el hombre que, teniendo la mirada fija en el Misterio, mira y trata el misterio que es el hombre como cuando Dios creándonos mira y trata a cada uno. No es serio, no es racional elegir la carrera de médico en particular sin una postura religiosa auténtica. Ningún Nobel de Medicina logra ni lograría los resultados que cada día vemos en nuestra clínica, donde los pacientes terminales mueren en paz y algunos incluso cantando o ejecutando la guitarra, sin esa postura.
Bernardo era un enfermo terminal grave con un cáncer en la mejilla que le había carcomido esa parte de la cara. Cada día recibía la comunión, pero llegó el punto que no pudo más, porque la hostia le salía por el agujero de la mejilla. Sin embargo, Bernardo tocó la guitarra en la misa hasta unos días antes de morir.
Una amiga brasilera, Cleuza, que vino con su marido, el diputado Marcos Zerbini, y que vio a este hombre ya próximo a morir tocando la guitarra durante la misa dijo: “Desafío a cualquier Nobel de Medicina a documentarme si este milagro es fruto de la ciencia o de una pertenencia al Misterio que constituye el tejido humano del Yo. No hay capacidad humana, no hay médico que pueda dar el gusto de vivir tan intensamente y en aquellas condiciones a un paciente terminal si no fuera por Cristo en quien Bernardo cree firmemente. Un Cristo hecho carne en los médicos, enfermeros, y otras personas que con su entrega le testimonian su Presencia ahora”.
El drama de la salud en nuestro país y en el mundo no es ante todo económico, sino la falta de médicos que sean hombres y no cínicos títeres entregados al poder del dinero o del éxito. Y además ¿cuál éxito, si no existe ser humano que no muera?
El médico cura solamente si es hombre, es decir conciencia de ser relación con el Misterio, porque curar no es postergar la muerte durante 10, 20 o 30 años, sino comunicar a quien sufre, y todos sufrimos, el significa último de la vida, la belleza del propio destino.
La medicina, como cualquier ciencia, necesita ser manejada por hombres cuya razón de vivir sea el Infinito. De lo contrario se vuelve un instrumento del orgullo humano que, como pasa en nuestro país, no es capaz ni siquiera de salvar a los niños de morir por diarreas, o una madre durante el parto o por una infección hospitalaria, etc.
“Médico cúrate a ti mismo” nos recuerda Jesús, y que es como decir “acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” y que tu razón de vivir es la de colaborar con Dios para que el hombre que encuentras, y es una necesidad como tú, pueda encontrar su destino final.
P. Aldo

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