La vocación de San Mateo - Caravaggio |
“Toda mi vida siempre ha sido atravesada por un hilo conductor, éste: el cristianismo nos da alegría, ensancha nuestros horizontes. En definitiva, una vida vivida siempre y sólo “en contra de” sería insoportable» (Luz del Mundo, p. 27).
Estas palabras de Benedicto XVI nos lanzan un desafío: ¿qué significa ser cristianos hoy? Seguir creyendo simplemente por tradición, costumbre o devoción, refugiándose en un caparazón, no está a la altura del desafío. Del mismo modo, reaccionar con fuerza y ponerse en contra para recuperar el terreno perdido es insuficiente, el Papa dice incluso que es “insoportable”.
Estas palabras de Benedicto XVI nos lanzan un desafío: ¿qué significa ser cristianos hoy? Seguir creyendo simplemente por tradición, costumbre o devoción, refugiándose en un caparazón, no está a la altura del desafío. Del mismo modo, reaccionar con fuerza y ponerse en contra para recuperar el terreno perdido es insuficiente, el Papa dice incluso que es “insoportable”.
Uno y otro camino retirarse del mundo o ponerse en contra no son capaces, en última instancia, de suscitar un interés por el cristianismo, porque ninguno de los dos respeta lo que será siempre el canon del anuncio cristiano: el Evangelio.
Jesús se puso en el mundo con una capacidad de atracción que fascinó a los hombres de su tiempo. Como dice Péguy: “Él no perdió sus años lamentándose e interpelando la maldad de los tiempos. El cortó por lo sano... haciendo el cristianismo.” Cristo introdujo en la historia una presencia humana tan fascinante que cualquiera que la encontrara tenía que tomarla en consideración. Para rechazarlo o para aceptarla. Él no dejó a nadie indiferente.
Hoy nos encontramos frente a una “crisis de la humanidad”, que se manifiesta como cansancio y falta de interés en la realidad y que involucra a todas los ámbitos que tienen que ver con la vida de las personas.
Es realmente una desgracia para todos que las personas no se pongan en juego con su razón y su libertad. Y justamente en este momento la Iglesia tiene ante sí una aventura fascinante, la misma de los orígenes: testimoniar que existe algo capaz de volver a despertarnos y suscitar en nosotros un interés verdadero.
“También mi corazón espera, / viendo la luz y la vida, / otro milagro de la primavera.” Todos nosotros, como el poeta Antonio Machado, esperamos el milagro de la primavera, en el cual veamos cumplirse nuestra vida. Y si alguien dice, incluso con el poeta, que es un sueño, ¿por qué lo esperamos? Porque esta espera nos constituye en lo íntimo, como nos dice Benedicto XVI: “El hombre aspira a una alegría sin fin, quiere gozar más allá de todo límite, anhela el infinito” (Luz del Mundo, p. 95).
Pero el hombre puede decaer, el mundo puede tratar de debilitar este deseo de infinito minimizándolo; puede incluso burlarse, ofreciéndole algo que atrae por algún tiempo pero que no dura, y que finalmente, lo deja más insatisfecho y escéptico. Ahora bien, la prueba de la verdad de lo que fascina y despierta interés es que debe durar. Pero hasta las cosas más hermosas lo vemos cuando se ama a una persona o cuando se comienza un nuevo trabajo - decaen. El problema de la vida, entonces, es si existe algo que dura.
El cristianismo tiene la pretensión - porque su origen no es humano, aún cuando puede verse en los rostros de los hombres que lo encontraron- de llevar consigo la única respuesta que puede de durar en el tiempo y la eternidad. Pero un cristianismo reducido no está en condiciones de hacerlo. Sabemos por experiencia que existe un modo abstracto de hablar de la fe que no despierta la más mínima curiosidad.
Si el cristianismo no es respetado en su naturaleza así como apareció en la historia, no puede echar raíces en el corazón. El cristianismo siempre se puso frente al deseo del corazón, y no puede librarse de él: es Cristo mismo quien se somete a esta prueba. El aspecto fascinante es que Dios, despojándose de su poder, se hizo hombre para respetar la dignidad y la libertad de cada uno.
Al encarnarse es como si le hubiera dicho al hombre: “Fíjate si viviendo en contacto conmigo, encuentras algo interesante que vuelve tu vida más plena, más grande, más feliz. Lo que tú no eres capaz de lograr con tu esfuerzo, lo puedes obtener si me sigues.” Así fue desde el principio.
Cuando los dos primeros discípulos preguntan: “¿Dónde vives?”, Él responde: “Vengan y verán”. Su simplicidad es desarmante. Dios se confía al juicio de los dos primeros que lo encuentran. El hombre no puede dejar de comparar continuamente lo que sucede con sus necesidades básicas. Alguno podría objetar que en la época de Jesús se veían los milagros pero que hoy no es más el momento de los prodigios.
No es así, porque esta experiencia sigue teniendo lugar como el primer día, cuando encuentras personas que despiertan en ti un interés y un atractivo tales que te obligan a hacer las cuentas con lo que te sucedió.
Como dice el Papa: “Dios no se impone. [...] Su existencia se manifiesta en un encuentro que penetra en la íntima profundidad del hombre” (Luz del Mundo , p. 240).
Hace algunos años un amigo mío se fue a El Cairo a estudiar árabe. Conoció a un profesor musulmán. El encuentro podría haberse desarrollado de acuerdo con los estereotipos de uno y otro. Pero sucedió algo inesperado: se hicieron amigos. El musulmán le preguntó a mi amigo por qué él era cristiano, y éste lo invitó a Italia, donde conoció el Meeting de Rimini. Arrastrado por el encuentro con una realidad humana diferente, quiso realizar el Meeting de El Cairo, involucrando a muchos jóvenes egipcios, musulmanes y cristianos.
Recientemente, en Moscú, conocí a personas que hasta hace poco no tenían nada que ver con la fe. La descubrieron encontrado algunos cristianos que les despertaron curiosidad. Algunos estaban bautizados en la Iglesia Ortodoxa y se interesaron en el cristianismo cosa que no habían hecho antes- gracias a los amigos que vivían con intensidad y plenitud.
No son historias del pasado sino algo que está sucediendo ahora, en el presente.
En su reciente visita a España, Benedicto XVI invitó a un diálogo entre el laicismo y la fe. ¿Y cómo lo hizo? Indicando una presencia, un testigo, Gaudí, que con La Sagrada Familia “fue capaz de crear […] un espacio de belleza, de fe y esperanza que conduce al hombre al encuentro con Aquél que es la Verdad y la Belleza misma.” El Papa ha desafiado a todos volviendo contemporánea la mirada de Cristo e indicando la presencia nueva que Él introduce en la vida: cualquiera puede interesarse en ella o rechazarla. Cuando Benedicto XVI nos llama a la conversión nos está diciendo que para testimoniar a Cristo, para hacernos “transparencia de Cristo para el mundo”, debemos recorrer un camino humano hasta descubrir la pertinencia de la fe a las exigencias de nuestra vida. No sé si algún católico puede sentirse excluido de la llamada del Papa. Yo no.
Julián Carrón
No hay comentarios:
Publicar un comentario